Cuando recibimos este artículo en el Departamento Editorial a todos nos conmovió su sinceridad. También nos mostró la promesa de Jesús: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible.” Mateo 17:20.
Aunque la autora estaba tratando con granos de arroz al esforzarse por mantener su finca, sentimos que ella también estaba mostrando la realidad de la declaración de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “Un grano de Ciencia Cristiana hace maravillas por los mortales, tan omnipotente es la Verdad, pero hay que asimilar más de la Ciencia Cristiana para continuar haciendo el bien”.Ciencia y Salud, pág. 449.
Para nosotros, la experiencia de la autora constituye un ejemplo práctico de cómo la renovada compresión de una verdad espiritual nos puede ayudar también a resolver problemas muy graves. Esperamos que usted esté de acuerdo.
Yo Era Maestra de música y trabajaba en una escuela del Estado. Mi esposo tenía una finca en la cual sembraba arroz, y donde se reunían no menos de veinticinco o treinta trabajadores en cada cosecha, dos veces al año.
Cuando mi esposo falleció, quedé muy deprimida, pero a pesar de esa situación humana, yo sabía que, como dice la Biblia: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”. Salmo 46:1. Me aferré a mi fe en Dios, convencida de que nunca estamos solos. A los tres días de que mi esposo falleciera, fui al banco, pues la arrocera funcionaba mediante un préstamo bancario.
Oré y me encomendé al cuidado de Dios. Le dije al administrador que yo me haría cargo de la arrocera. Me miró con incredulidad, y me preguntó: “¿Usted sabe cómo se produce arroz? ¿No me dijo que era maestra del centro escolar?” Le contesté que yo no sabía nada sobre cómo producir arroz, pero cuando mi esposo empezó, él tampoco sabía nada. Pero aprendió sobre la marcha, y yo me sentía capaz de aprender también.
Mi fe en Dios me daba una seguridad que los funcionarios bancarios no podían entender, porque eran ateos. El administrador me dijo que a los pocos días él iría a visitarme para darme la respuesta. Para mi alegría, fue una respuesta positiva.
Comencé mi trabajo–aprendizaje confiando firmemente en la guía de Dios, mi sostenedor, mi protector y mi refugio fuerte. Con uno de los empleados aprendí a operar los equipos mecanizados para preparar la tierra y cosechar el arroz. Aprendí a realizar todos los trabajos, desde la siembra hasta la cosecha — cuatro meses de intensa labor manual y mecanizada — pues tenía que conocer lo que iba a administrar. Bajo la dirección divina, todo salía bien. A través de luchas de todo tipo, pensaba: “Ésta es otra prueba, y debo salir victoriosa. Soy una estudiante de la Ciencia Cristiana”.
“¡Todo está bien!” Esta oración era mi arma contra las sugestiones de la mente mortal, que argumentaba que todo se había perdido.
Tomé posesión de la finca en los primeros días de junio. A los tres días hubo una inundación que destruyó casi totalmente los diques y parte del canal maestro. Oré sin temor, con una confianza absoluta del cuidado y la protección de Dios hacia Sus hijos todo se resolvió a tiempo para la siembra.
Cuando el arroz tenía tres meses y estaba lozano y fuerte, casi espigando ya, sobrevino el huracán Flora. En ningún momento me sentí insegura ni desesperanzada. Oraba y esperaba confiada, apoyándome en este pensamiento del Himnario de la Ciencia Cristiana: “¡Todo está bien!”Himnario, N°. 350.
Cuando las aguas, que habían subido casi un metro por encima del arroz, bajaron, no se veía ni una planta. Todas estaban bajo una capa de fango rojizo. Los diques no existían, y solo quedaban pequeños tramos erosionados del canal maestro. Lo miré todo desde la carretera, que pasaba a un nivel más alto, y declaré otra vez: “¡Todo está bien!” Esta oración era mi arma contra las sugestiones de la mente mortal, que argumentaba que todo se había perdido. Después de Flora, hubo dos o tres aguaceros cortos, y luego salió el sol. El arroz fue lavándose y enderezándose. Luego aparecieron las espigas, llenas del abundante grano dorado. Era el fruto de la fe en el Amor divino.
La cosecha fue suficiente para pagar todo el préstamo del banco y los gastos que ocasionaron las dos inundaciones. Y a todos los campesinos de la zona afectada le fue condonada la deuda. “La viuda”, como los vecinos me llamaban, pudo pagar, porque Dios es Todo–en–todo.
Jehová es mi pastor;
nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me
hará descansar; junto a aguas de
reposo me pastoreará.
Confortará mi alma.
Ciertamente el bien y
la misericordia me seguirán todos
los días de mi vida, y en la casa de
Jehová moraré por largos días.
Salmo 23: 1, 2, 3, 6
