La Promesa No se había cumplido. Aquel a quien ellos llamaban su Señor, les había fallado. Muchos seguidores y amigos cercanos de Cristo Jesús, tuvieron, sin duda, esa sensación después de su crucifixión. Por ejemplo, leyendo el relato bíblico donde Cleofas se dirige a Emaus, Véase Lucas 24:13—32. podemos distinguir claramente la congoja y el desaliento que sentían, tanto él como su amigo. Pensando que le estaban informando a un extranjero acerca de los sucesos que habían ocurrido recientemente, y sin darse cuenta de que en realidad estaban hablando con el Maestro que ya había resucitado, le dijeron, llenos de pesadumbre: “Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido”.
La decepción, parecía justificada; después de todo, Jesús les había enseñado acerca de la vida eterna y les había dicho que iba a resucitar tres días después de su crucifixión. El tercer día había llegado y sus seguidores aún no veían lo que esperaban ver, — el triunfo del Maestro — por lo tanto, estaban volviendo a sus casas, tristes y desalentados.
Es natural que uno se sorprenda de que Cleofas y otros que lo acompañaban, no se hubieran percatado aún de que lo que ellos deseaban ver, estaba presente. La promesa se había cumplido. El Maestro había triunfado. Entonces, ¿qué era lo que les impedía reconocer este hecho tan profundo? ¿Qué era lo que mantenía cerrados sus ojos? ¿Por qué no aprendían, en ese mismo instante, esa lección inapreciable que se suponía que debían aprender?
La incredulidad tenía mucho que ver con esa actitud. Y eso fue lo que Jesús les reprochó, llamándolos “insensatos” y “tardos de corazón para creer”. Luego, mientras caminaba con ellos, comenzó a explicarles las Escrituras, tal como lo había hecho antes, recordándoles lo que estaba escrito acerca del Mesías. La incredulidad de ellos se disipó. Sus corazones incrédulos comenzaron repentinamente a arder al reconocer el cumplimiento de la promesa: el retorno triunfante del Señor.
Esa incredulidad, no puede causar sorpresa, tratándose de un acontecimiento tan sorprendente para la mente humana como lo es la resurrección. Pero uno de los puntos más importantes que se nos recuerda, en momentos de su conmemoración, es el poderoso reproche que Jesús hizo a la incredulidad. El triunfo sobre la muerte y todas las obras de curación de Jesús, aún enfrentan a los incrédulos con la evidencia de que la enfermedad, el pecado y la muerte no son las realidades que parecen ser.
Algo sumamente esencial para la comprensión y la práctica de la curación cristiana científica, es disolver la incredulidad. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Negar la posibilidad de la curación cristiana roba al cristianismo el elemento mismo que le dio fuerza divina y su éxito asombroso y sin igual en el siglo primero”.Ciencia y Salud, pág. 134.
Es un hecho que la incredulidad (o falta de credulidad como dice la Biblia) es en realidad una negación. Es una negación de la totalidad y perfección de Dios, de Su omnipotencia y de la perfección y la naturaleza enteramente espiritual de Su creación. La incredulidad es, en cierto grado, la falta de aceptación de la verdad acerca de Dios y de nuestro verdadero ser, como Su imagen y semejanza. No es una visión algo soñadora de una realidad futura que en este momento, se nos niega, sino la realidad del ser del hombre, aquí y ahora.
La incredulidad es una influencia que se opone al crecimiento y la curación espiritual.
La incredulidad nos impide aceptar totalmente que la Vida es eterna; nos impide confiar por entero en las leyes de Dios, para producir armonía, depender por entero del Amor divino para el cuidado perfecto de su linaje, el hombre. Por lo tanto, no estamos hablando de un estado de pensamiento neutral; la incredulidad es una influencia que se opone al crecimiento y la curación espiritual. La Sra. Eddy comprendió cómo la incredulidad obstaculizó la tarea misionera de Jesús. Ella escribió: “En cierta ciudad, el Maestro no pudo llevar a cabo tantos hechos grandiosos como acostumbraba, debido a la incredulidad que allí reinaba, alimentada por la oposición de los elementos materiales de las mentes de los mortales, temerosas o perversas y contradictorias”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 294.
Podemos sentirnos muy agradecidos por contar con los relatos de la labor sanadora de Jesús — en especial su resurrección — que nos permiten desafiar la incredulidad abriendo nuestro pensamiento a las grandes posibilidades que trae el tener una mayor comprensión de Dios y de nuestra relación con Él.
Pero más aún. Tenemos a nuestro alcance lo que está detrás de esas obras — la Ciencia del Cristianismo — que es poderosa y duradera para disuadir a la incredulidad. En este mismo momento, tenemos todo lo que Dios nos está revelando acerca de la verdad de Sus leyes y de nuestra identidad, como Su imagen, perfecta y espiritual, gobernada y cuidada por Él. La Ciencia Cristiana nos proporciona una prueba tras otra de su curación y muchas de estas experiencias han sido publicadas en el Heraldo, durante décadas.
¿Disponemos de algo más? Sí, tenemos instrucciones específicas para aplicar la verdad espiritual en cada aspecto de nuestra vida. Por ejemplo, Ciencia y Salud nos instruye: “Dejad que el modelo perfecto, en lugar de su opuesto desmoralizado esté presente en vuestros pensamientos. Esa espiritualización del pensamiento deja entrar a la luz y hace que estéis conscientes de la Mente divina, de la Vida y no de la muerte”.Ciencia y Salud, pág. 407. Podemos regocijarnos en el hecho de que tenemos este modelo perfecto siempre con nosotros.
La Pascua nos recuerda todo esto, de lo que está a nuestro alcance. Tenemos la Ciencia del Cristo. La Pascua también nos recuerda nuestra capacidad, pues cuando ponemos en práctica esta Ciencia, abre nuestros ojos, la incredulidad desaparece, nos inspira, nos guía y nos hace sentir que podemos hacer aquellas cosas que hacía Jesús.
