Todos Necesitamos la prueba de lo que la resurrección de Jesús nos demostró. No podemos discernir y demostrar completamente la totalidad del Espíritu y la nada de la materia hasta que comencemos a reconocer que la materia no puede tener efecto alguno en la vida del hombre. Antes de resucitar a Lázaro de los muertos, Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”. Y a continuación hizo el siguiente pronunciamiento que hasta el día de hoy sigue siendo un desafío directo a sus seguidores: “¿Crees esto?” Juan 11:25, 26.
Jesús tuvo la misión sin igual de demostrar para siempre, el hecho de que la vida del hombre no depende, ni radica en la materia. A través de su obra sanadora, incluso la resurrección de Lázaro, repetidamente demostró la falta de poder de la materia para afectar la vida del hombre, y enseñó que Dios, su padre, el Espíritu, es la única fuente de vida y que sólo Él puede mantenerla. Sin embargo, sus discípulos no comprendieron esta verdad fundamental de sus enseñanzas, ni siquiera cuando él mismo fue crucificado. Sólo al triunfar sobre la muerte y la tumba, pudo Jesús dar la prueba que haría despertar la consciencia humana a una nueva visión de la vida del hombre. Debido al maravilloso amor que Jesús sentía por Dios y el hombre, se sometió a la crucifixión y demostró la supremacía de Dios, el Espíritu, sobre la materia. Su ejemplo hizo posible que los demás creyeran y comprendieran lo que había dicho antes de resucitar a Lázaro.
Jesús demostró así la identidad espiritual del hombre que los sentidos físicos no pueden percibir. Esta identidad espiritual es la expresión perfecta de la Mente divina y es la realidad de nuestro ser en este mismo momento. La creencia de que nuestra verdadera inteligencia y sustancia están separadas de Dios, engaña, y esto lleva equivocadamente a la humanidad a identificar y definir la vida del hombre como material. La verdad de que la vida del hombre es la expresión de Dios, debe finalmente destruir todo vestigio del cuadro falso, incluso de la creencia equivocada de que los sentidos del hombre son materiales. “Cristo no puede venir al sentido mortal y material, el cual no ve a Dios. Este sentido falso de sustancia tiene que ceder a Su eterna presencia, y así disolverse. El elevarse por encima de la evidencia falsa a la evidencia verdadera de la Vida, es la resurrección que se adueña de la Verdad eterna”. La unidad del bien, págs. 60–61.
Mientras que los sentidos materiales nos informan de un falso sentido de sustancia, el sentido espiritual revela nuestra verdadera identidad espiritual.
Mientras que los sentidos materiales nos informan de un falso sentido de sustancia, el sentido espiritual revela nuestra verdadera identidad espiritual. Fue el conocimiento de esta verdad lo que capacitó a Jesús para probar que las así llamadas leyes materiales, no podrían destruir ningún aspecto de su ser, ni siquiera su cuerpo. Jesús nos mostró que su Mente era Dios, no el cerebro, y que su vida procedía de la Vida divina y no de ninguna estructura física. Este entendimiento capacitó a Jesús para levantar el mismo cuerpo que había sido crucificado, y así probó la supremacía de la Mente divina sobre la materia. En su resurrección, Jesús probó que la Vida espiritual vence la muerte, y no trató de elevar lo espiritual desde lo material.
Cada curación lograda por medio de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), la ley de Dios, demuestra que el hombre no depende de la materia, ni tampoco ésta puede afectarlo ni controlarlo, y por lo tanto, cada demostración es parte de nuestra experiencia de resurrección. A su vez cada demostración debilita nuestra fe y temor en la materia, y es un paso de progreso indispensable para la elevación de nuestro pensamiento que nos lleva al completo reconocimiento del ser espiritual.
En algún momento, cada uno de nosotros debe tomar conciencia de las realidades espirituales y eternas concernientes a la Vida y al ser. Esta transformación no se produce de repente a través de la experiencia que llamamos muerte. Debemos vencer hasta el ultimátum de la muerte. La muerte pretende presentarnos un cuadro de destrucción, la nada, pero la unidad inseparable de la Vida y su expresión individual, aunque los sentidos físicos no la puedan ver, permanece intacta.
Nuestra vida no cesa ni comienza, sino que continúa en unidad ininterrumpida con su fuente espiritual y eterna. Cada persona debe crecer espiritualmente para percibir esto y experimentarlo cada vez más en su propia vida. La Sra. Eddy escribe: “La resurrección de la muerte (es decir, de la creencia en la muerte) tarde o temprano tiene que ser experimentada por todos, y los que tienen parte en esta resurrección son aquellos sobre quienes la segunda muerte no tiene poder”. Ibid., pág. 41.
Todas las preocupaciones de la experiencia humana se desvanecen ante la importancia de comprender la existencia espiritual y eterna. Aun así, podemos utilizar cada oportunidad — ya sea grande o pequeña — para demostrar la incapacidad de la materia y la habilidad ilimitada del Espíritu para gobernar nuestra vida. Por estas demostraciones de la superioridad del Espíritu, nos convencemos cada vez más del poder y la presencia del Espíritu, nuestro pensamiento se aparta de una base material, y estamos más dispuestos a basar nuestras conclusiones en el entendimiento espiritual. En cada paso de nuestro camino, podemos participar y regocijarnos con la resurrección, hasta que la creencia material ceda completamente a la comprensión espiritual y aparezca la gloria total de la mañana de resurrección.
