Horas Antes de regresar a mi país, un amigo y sus dos hijas me llevaron a visitar un fuerte antiguo en las afueras de la ciudad. Al volver del paseo, me llamó la atención ver pequeños grupos de hombres y mujeres caminando apresurados en dirección al centro. Mi amigo, viéndose preocupado, me pidió que llevara a las niñas a su casa mientras él buscaba un lugar para estacionar.
Empezamos a caminar, y cuando doblamos por una calle angosta, a sólo dos cuadras de la casa, de pronto apareció una multitud. Venían corriendo y gritando hacia nosotros seguidos por policías con lanzagases. Como nada parecía detenerlos, teníamos que decidir pronto hacia dónde ir. Estábamos parados frente a una zapatería y entramos rápido adentro.
Ni bien entramos el dueño bajó inmediatamente la persiana metálica. Cuando mi vista se acostumbró a la débil luz interior, alcancé a ver otros diez rostros agitados y mostrando cierto temor. Todos en silencio. Todos atentos a los sonidos de la calle. Luego me volví hacia las niñas. Como parecían no entender muy bien lo que ocurría, las miré, me arrodillé para estar a su misma altura, y hablamos.
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