Los Dos Adversarios iban parejos, patinando velozmente sobre el hielo, intercambiando palabras poco amistosas. Yo observaba el juego, y como madre oraba para que la situación no terminara en una batalla campal. Alguien dijo alguna vez que el cielo es como un partido de hockey donde no hay peleas; en aquel momento me pareció que debía ser así.
Más tarde, mi hijo Lucas me dijo que el jugador del otro equipo lo había estado molestando y burlándose de él. Para calmar la situación tan tensa, mi hijo había optado por responderle de manera diferente; se rió amistosamente. Y siguió riéndose hasta que su oponente se empezó a reír también. Allí terminó el conflicto.
Desde entonces me he preguntado qué fue lo que transformó esa situación tan hostil, y produjo la paz. Obviamente fue importante la disposición de expresar amor y de no reaccionar ante el mal. Sin embargo, veo otro elemento muy significativo para encontrar la paz a diario. Gradualmente, estoy aprendiendo a desarrollar una especie de conciencia guerrera, para protegerme de las aparentes fuerzas del mal y defender mis derechos espirituales inalienables. Una actitud llena de amor es esencial, pero si ahondamos un poco, descubrimos que nuestro amor debe apoyarse sobre un fundamento sólido, sobre la firme resolución de no hacerle concesiones al mal; debe apoyarse en la comprensión de la supremacía absoluta del bien.
Hubo una época en que pensaba que el simple hecho de vivir en paz y amor, sin hacerle caso a los argumentos del mal, me protegería de las circunstancias difíciles. Andaba por la vida con una sonrisa y un optimismo extremo, que yo creía me protegerían de cualquier emboscada. Poco a poco, aprendí que debemos vestirnos de la armadura y de las armas mentales para defendernos contra el odio, el dolor, la pena, la ira, la enfermedad, la envidia —todo lo que pretenda separarnos de Dios, el bien, u oscurecer nuestro estado natural de pensamiento, que es semejante al Cristo. La Biblia nos aconseja ponernos “toda la armadura de Dios, para que [podamos] resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe... Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”. Efesios 6:13-17. La palabra de Dios, “más cortante que toda espada de dos filos”, Véase Hebreos 4:12. debe estar siempre pronta.
Los amorosos atributos de la verdad, la justicia, la paz y la fe en Dios, no son débiles. Son una armadura eficaz para la batalla porque expresan la naturaleza de Dios Mismo, el poder de la Verdad y el Amor, al que nada se le puede oponer. Por lo tanto, no es ingenuo confiar en estas defensas.
La verdad es que el bien es la única verdad. Dios, el bien, es el único poder verdadero. Y cuando nos alineamos con las fuerzas puras del Espíritu, con la presencia del Amor divino, simplemente no hay contienda.
Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian”. Lucas 6:27, 28. Pero jamás ignoró el mal. Su amor por la humanidad era inmenso; no obstante, era inflexible cuando reprendía la maldad.
De modo que cuando mi hijo respondió riéndose a los desagradables comentarios de su oponente, no fue una expresión de desprecio o sarcasmo, según me dijo él después. Se negó a darle poder a esos comentarios. Fue verdaderamente “una espada de dos filos”: la paz y el amor eran un filo, y su tenaz determinación de oponerse al error, viendo únicamente el bien que Dios da, era el otro.
“La espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”, es un arma realmente eficaz cuando enfrentamos los desafíos de la vida diaria. Mary Baker Eddy declara: “Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre”.Ciencia y Salud, pág. 393.
