Parece existir la noción de que para que los hombres sean verdaderamente hombres, su naturaleza e identidad deben tener una fuerte inclinación sensual. La edición radial del Christian Science Sential conversó con dos hombres sobre el tema de la sensualidad y lo que aprendieron sobre su verdadera naturaleza como resultado de su estudio y crecimiento espiritual. A continuación publicamos sus comentarios.
Crecí Dentro de una sociedad y de una familia donde todo estaba permitido, de manera que salí con muchas chicas con las que tenía relaciones sexuales, y sinceramente pensaba que no existía nada que diera más satisfacción. Estaba tan convencido de que la sensualidad era el camino a la felicidad, que no me había percatado de que la búsqueda compulsiva de la satisfacción sexual era realmente egoísta y podía dañarme a mí y a los demás. Incluso razoné que en realidad yo era generoso, porque hacía que las mujeres sintieran tanto placer como yo.
Pero entonces llegó un momento en que estaba estudiando para ser cantante, y padecía de alergias y asma. Había intentado todo para sanar, desde acupuntura hasta zinc, así que cuando mi profesor de canto me dio a conocer la Christian Science, fui bastante receptivo porque quería sanarme. Me tomó un tiempo, pero finalmente sané de esas condiciones físicas mediante la oración en la Christian Science. Al mismo tiempo, sin embargo, descubrí algo que no esperaba; que mi naturaleza e identidad verdaderas no eran sexuales sino espirituales. Si bien estuve muy dispuesto a cambiar en términos de los problemas físicos, no fue así respecto a mi moralidad.
Me di cuenta de que lo físico y lo moral estaban entrelazados. No obstante, todo lo que estaba aprendiendo y con lo que estaba de acuerdo sobre mi naturaleza e identidad espirituales, estaba directamente en conflicto con la manera que pensaba de las mujeres y actuaba con ellas.
Fue en esa época que conocí a la mujer que sería más adelante mi esposa. Cuando comenzamos a salir, había algo extraño en ello para mí porque no teníamos relaciones sexuales. En lugar de eso, después de ir al cine o a cenar, íbamos a su departamento y nos quedábamos hasta altas horas de la noche charlando sobre conceptos metafísicos. Ella había conocido la Christian Science un año y medio antes, de modo que podía contestar muchas de mis preguntas. Pero a medida que nuestra relación iba avanzando, nos resultó cada vez más difícil no volver a los antiguos patrones de comportamiento, y fue realmente una lucha mantener nuestra castidad antes del matrimonio. Aunque logramos refrenarnos, aun después de casarnos yo seguí luchando.
La lucha tenía que ver con mi identidad. Creo que intelectualmente había comprendido lo que enseña la Christian Science sobre la identidad del hombre hecho a imagen de Dios, pero no lograba reconciliar eso con lo que yo sentía era verdad acerca de mí mismo como un ser sexual. Ese concepto había sido una parte muy concreta de la manera en que pensaba sobre mí mismo. Me sentía culpable de tener ese lado oscuro que nadie más podía ver, ni siquiera mi esposa, o eso pensaba yo (después me enteré de que ella intuitivamente sabía que yo estaba luchando y por qué).
Durante esa época, traté de orar. Caminando por las calles de Nueva York, me resultaba todo un desafío no ver a las mujeres como seres físicos, como estaba tan acostumbrado a pensar, sino ver su verdadera individualidad, verlas como hijas espirituales de Dios. Resulta que en el Sermón del Monte hay un pasaje que hace referencia justamente a este problema; es donde Jesús explica que mirar a las mujeres con lujuria es cometer adulterio en el corazón, aun cuando no haya contacto físico. Véase Mateo 5:28.
Éste era justamente mi dilema; pero me di cuenta de que no estaba luchando solo. Podía recurrir a la ayuda divina, al Cristo, la manifestación del poder sanador y reformador de Dios. A veces la lucha parecía más allá de mi capacidad para sobrellevarla. Entonces recurría a la palabra de Dios, ya fuera en la Biblia o en los escritos de Mary Baker Eddy, o directamente a Dios en oración, y obtenía respuestas; y me aferraba a ellas para salir del oscuro hoyo en el que sentía que me encontraba. Una de esas respuestas la encontré en el capítulo “El matrimonio” de Ciencia y Salud: “Lo bueno en los afectos humanos ha de tener predominio sobre lo malo, y lo espiritual sobre lo animal, pues, de lo contrario, nunca se alcanzará la felicidad”.Ciencia y Salud, pág. 61.
Un día estaba orando seriamente por esto, y obtuve una nueva compresión de una manera tan simple, que me sorprendió. Llegué a la conclusión de que, aparte de respirar, sólo necesitaba cuatro cosas básicas para sobrevivir físicamente: comer, beber, eliminar y dormir. Me di cuenta de que en realidad las relaciones sexuales eran una opción, que no las necesitaba para existir. La percepción de que los impulsos animales y el pensamiento sensual no eran innegables, me resultó asombrosa; comprendí que si quería, podía vivir sin tener relaciones sexuales. Puede que para algunos esto no parezca revolucionario, pero para mí lo fue. El comprender que tengo esa opción, que en las palabras de la Biblia puedo expresar “dominio” sobre el cuerpo, me ha dado paz, porque ha quitado la tensión sexual con la que había vivido a diario y consideraba normal.
A partir de esa revelación, he seguido creciendo espiritualmente. He superado las fantasías y el comportamiento habitual. He aprendido que la verdadera satisfacción no viene de la intimidad física, sino de experimentar mi unión espiritual con el Amor divino. Siempre que estoy consciente de mi naturaleza completa y espiritual, siento una satisfacción que supera por mucho lo sexual.
En el capítulo de “El matrimonio” hay otra afirmación que expresa esto: “Sólo los goces más elevados pueden satisfacer los anhelos del hombre inmortal... Los sentidos no proporcionan goces verdaderos”. Ibid., págs. 60-61. Haber superado esta condición mental ha resultado en libertad y alegría también en nuestro matrimonio, lo que hace que el matrimonio sea un lugar dinámico donde crecer. Honestamente puedo decir que Dios nos satisface como nada más puede hacerlo.
Nueva York,
Estados Unidos
Hacía dos años que mi esposa y yo nos habíamos casado, y por un tiempo nuestra relación había pasado momentos muy difíciles. Yo trabajaba lejos de casa, sin embargo me esforzaba espiritualmente por fortalecer nuestro matrimonio. Sinceramente deseaba que mejoraran las cosas, pero muchas veces me sentía muy solo y frustrado con la situación. Si bien no estaba buscando otra compañía, durante esos meses que viví lejos, conocí a una mujer cuya amistad disfrutaba mucho. Fue casi imperceptible cómo comenzaron las cosas a cambiar de una amistad a una atracción, y luego al deseo sexual.
Una noche ya tarde, después de acostarme, ella vino al lugar donde yo me estaba quedando. En ese momento tuve que decidir si iba a ser fiel a mi matrimonio o no. La Biblia habla de la idea de detenerse un momento y esperar en Dios, y no caer en la trampa de seguir actuando sin pensar. Las veces que me he detenido y esperado en Dios, las cosas se han vuelto mucho más claras. No obstante, si uno no se detiene y espera, hasta algo tan claro como el mandato “No cometerás adulterio”, de algún modo pierde claridad.
Durante ese tiempo, me había acostumbrado a preguntarme lo siguiente, ante todo tipo de situaciones: “¿Acaso esto me hará sentir más cerca de Dios?” Esa noche tuve que tomar una decisión, y esa pregunta me vino al pensamiento. Hice una pausa, y me vino una respuesta que me sorprendió mucho; fue la conclusión de una de las parábolas de Jesús: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma”. Lucas 12:20. Ese pensamiento fue tan poderoso que me despertó, y me permitió liberarme del deseo que me estaba consumiendo y apartarme del precipicio que hubiera dañado mi matrimonio, así como mi integridad. Con el poder de ese pensamiento, pude tomar una decisión que protegía mi matrimonio y honraba a Dios. Terminamos la amistad esa noche, ella se fue por su lado, y yo continué con el trabajo que estaba haciendo.
Las lecciones que aprendí en esa experiencia me han ayudado a construir una base fuerte para un matrimonio perdurable. Esa noche pude poner en práctica en cierta medida la siguiente declaración de Ciencia y Salud: “No hay sino una sola atracción real, la del Espíritu”.Ciencia y Salud, pág. 102.
Evergreen, Colorado
Estados Unidos
