Hace Muchos Años que los ecologistas tratan de educar a la gente sobre el valor que tienen las selvas tropicales. Si bien todavía resta mucho por hacer, estos esfuerzos han contribuido a que la gente tenga más conciencia del ambiente que los rodea y a valorar recursos todavía inexplorados.
No obstante, cuando se trata de ayudar a que la humanidad valore la riqueza de las diferentes razas y culturas, se necesita más que devoción y creatividad.
Para eliminar el racismo, además de la oración y el esfuerzo humano, es necesario comprender el problema no desde el punto de vista político o económico, sino viendo el efecto perjudicial que tiene el pensamiento y el comportamiento racista, en nuestro prójimo y en nuestra propia espiritualidad.
“Racismo es intolerancia, odio y fanatismo en contra de otra etnia, cultura, raza o color”. —Un profesional de recursos humanos
En diferentes formas, el racismo —incluso la esclavitud— existen hoy en día el mundo, no solo en los países del Tercer Mundo, sino también en las naciones desarrolladas. Aunque el problema parece no tener solución, esto no es así: usted y yo podemos hacer que cambie.
La intolerancia surge, por lo menos en parte, de la ignorancia. Contribuimos a que se produzca el cambio cuando eliminamos toda falta de conocimiento sobre la naturaleza espiritual de hombres y mujeres en nuestro propio pensamiento. El primer paso es reconocer que esta identidad espiritual y verdadera es la que Dios ha creado. La espiritualidad no está definida por características materiales, sino por nuestra relación con Dios porque somos Su idea.
En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy define así al hombre: “El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico. Es la compuesta idea de Dios e incluye todas las ideas correctas; el término genérico de todo lo que refleja la imagen y semejanza de Dios...”Ciencia y Salud, pág. 475.
Esta es nuestra naturaleza espiritual verdadera, cualesquiera sean nuestros antecedentes raciales o étnicos. Cada vez que despreciamos mental o verbalmente a una persona, aunque forme parte de nuestro propio “grupo”, estamos negando la naturaleza espiritual del hombre de Dios. En el proceso, también estamos negando nuestra propia espiritualidad, junto con las bendiciones que el Amor divino nos da.
“Racismo es uno de los ‘ismos’ que detesto: es temor a lo desconocido”. —Un guardia de seguridad
Es muy común temer lo desconocido, pero si nos detenemos allí, si nos negamos a avanzar, nos estamos privando de oportunidades que nos permitirían comprender mejor la creación infinita de Dios y el amor ilimitado que tiene por el hombre.
Hace algunos años, entré en una estación de servicio [gasolinera] en el sur de mi país. Noté que todos los clientes eran gente de color, pero esto no me pareció raro hasta que entré al local. Todos los empleados eran de color, y me observaban con cara de consternación, casi temor.
Yo había estado orando por muchas cosas durante ese viaje, incluso por la hermandad de toda la gente, de manera que me sentí confundida ante esta recepción. Sin embargo, en lugar de sentir temor, hablé con el cajero de una manera muy amistosa y con amor. En el momento en que escuchó mi acento y se dio cuenta de que yo no vivía en el área, su cara se transformó de inmediato por qué yo me había detenido en esa gasolinera, en lugar de ir a otra comúnmente usada por blancos.
Me sentí contenta y agradecida porque el temor y la consternación con que me habían recibido se habían disipado rápida y fácilmente.
Hace muchos siglos, un hombre estaba viajando por tierras desconocidas, hablando sobre una nueva religión, una que no sólo mejoraba la vida de la gente sino que les ofrecía libertad mental y espiritual. No obstante, debido a sus antecedentes religiosos, tenía prejuicios contra ciertas culturas. En una visión que sintió que venía de Dios, fue guiado a cuestionar esos sentimientos. De modo que cuando tres hombres de distinto origen, lo vinieron a ver para que les impartiera su enseñanza espiritual, él obedeció el consejo de Dios y fue con ellos. Véase Hechos 10:—15.
Este hombre era el Apóstol Pedro, y después de este encuentro con ellos y con el hombre que los había enviado a buscarlo, él declaró: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia”. Es evidente que Pedro experimentó curación porque había llegado a comprender que Dios es el Padre del hombre.
Está claro en el libro de Hechos que los primeros trabajadores cristianos se apoyaban en la guía de Dios cuando enseñaban y sanaban a la gente. A menudo trabajaban en ambientes muy hostiles, pero cuando confiaban en Dios, los resultados eran buenos, a veces sorprendentes.
De igual manera, si tenemos miedo de otras razas y culturas, podemos confiar en que la guía de Dios nos ayudará a decir y hacer lo correcto, y también nos llevará a una interacción que sea segura y armoniosa para todos. Como cada uno de nosotros es en verdad, la “idea... del Amor”, podemos expresar gracia y amor espiritual hacia todos nuestros congéneres. Y este amor es una fuerza tangible para el bien. Ciencia y Salud dice en breve: “El Amor es el libertador”.Ciencia y Salud, pág. 225.
Sin embargo, esforzarnos por amar a los demás pensando que son inferiores, no dará los resultados sanadores que deseamos. Puede incluso indicar que estamos ciegos a lo que nosotros mismos valemos verdaderamente.
“Racismo es hacer suposiciones negativas acerca del valor y dignidad de los demás basadas en la raza o nacionalidad. A menudo es el resultado de sentirnos nosotros mismos sin valor alguno o privados de algo”. —Un gerente de oficinas
La Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Niños, que celebró su décimo aniversario en 1999, incluye el derecho de cada niño a tener un nombre propio. Para mí esto significa que cada niño tiene el derecho a tener una identidad que pertenece a ese individuo exclusivamente.
A menudo la gente, al dejarse atrapar por el materialismo, pierde su concepto de sí misma como individuo, y olvida que esa individualidad es enteramente espiritual. Quizá tenga que luchar por obtener las cosas esenciales para sobrevivir o para apartarse de los placeres materiales y sus excesos. En todo caso, si la atención está puesta en la materia y no en Dios, nos está guiando en la dirección equivocada.
Cuando la materialidad —ya sea el temor a que nos falte algo o el anhelo de tener demasiado— domina el pensamiento, es fácil temer a los demás, especialmente a aquellos que son diferentes. En lugar de ver el valor que tiene nuestro prójimo, pensamos en términos de pérdida o falta, de la posibilidad de que nos priven de bienes, servicios o privilegios que sentimos que nos pertenecen. También perdemos de vista la habilidad ilimitada que tiene el Amor divino para satisfacer nuestras necesidades. Comenzamos a creer que estamos aquí por casualidad, en lugar de ser el designio amoroso de Dios. El aceptar esta creencia en el azar cierra nuestros ojos al propósito brillante que Dios tiene para cada uno de nosotros individualmente.
Cristo Jesús dio una guía maravillosa y liberadora sobre cómo abrir nuestros ojos a Dios. En su Sermón del Monte, dijo: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?... Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:31, 33.
Al buscar el reino de Dios, tratamos de comprender y expresar nuestra espiritualidad como ideas del Amor divino. Esto nos lleva a considerarnos aceptados en lugar de sentirnos temerosos. Esperamos el bien de todos, y nos esforzamos por hacer el bien a los demás, no porque nos sintamos superiores, sino porque sentimos la humildad que nos enseñó el ejemplo de Cristo Jesús.
A través de su crucifixión, Jesús hizo el sacrificio final para todos los pueblos, para gente de toda raza, cultura, etnia o credo. Cuando comenzamos a pensar en nosotros mismos como la idea del Amor, y por lo tanto, que somos capaces de amar sin límites, llegamos a comprender que hemos estado siempre a salvo en las manos de nuestro Padre-Madre.
Aun así, a veces el sentido de seguridad que tiene una persona es confrontado por el sentimiento de que “esa gente” es tan extraña, tan diferente a nosotros, que no nos podríamos sentir cómodos trabajando con ellos o viviendo cerca.
“El racismo está dirigido a los que son diferentes a nosotros; no sólo por su raza, sino diferentes en otras formas aparentes a la vista. Está basado en el temor, el odio y la ira, y se expresa en acciones y palabras. El mero racionalizar que no debemos ser racistas, no es suficiente”. —Un maestro de liceo
Los hábitos del pensamiento se transmiten de padres a hijos, de un esposo a otro, de un amigo a otro. A menudo estos hábitos se desarrollan sin pensar y entran en el pensamiento sin que los cuestionemos o dudemos de ellos. Por ejemplo, el padrastro de una amiga mía tenía sentimientos muy negativos contra una raza en particular, y sus sentimientos, llenos de ira y temor, podrían haberla influido a ella si no fuera por la experiencia positiva que ella había tenido con ese mismo grupo racial, así como por su compromiso espiritual de ver a toda la gente desde la perspectiva que la oración le daba.
Para alcanzar verdaderamente la paz se requiere de mucha paciencia y firme deseo.
Cuando los hábitos mentales propios o impuestos llevan a pensamientos y acciones destructivas, debilitan nuestra capacidad no sólo para expresar amor hacia los demás sino también para enfrentar cada día con gozo y con la expectativa de bien. En esencia, negamos nuestra espiritualidad y nuestra relación con Dios. Tales negativas nos hacen dudar del amor que Dios tiene por la humanidad y, por lo tanto, nos hacen negar el amor que tiene por nuestra propia dignidad.
Todos nos podemos liberar de ese tipo de esclavitud mental, y realmente tenemos que hacerlo si queremos ayudar a la humanidad. Como explica Ciencia y Salud: “Dios ha erigido una plataforma de derechos humanos más elevada, y la ha erigido sobre reivindicaciones más divinas. Esas reivindicaciones no se expresan por medio de códigos o credos, sino en demostración de ‘en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres’ ”.Ciencia y Salud, pág. 226.
La experiencia humana no siempre es perfecta, y a veces el temor, la ira y hasta el odio tratan de entrar en nuestro pensamiento intentando quedarse allí. Tenemos dos opciones: podemos ceder a esas tentaciones, o podemos mantenernos firmes en la “plataforma de derechos humanos más elevada”, la que exige que haya “paz, buena voluntad para con los hombres”.
Esta labor debe ir más allá de cierta época o tiempo determinado. Para alcanzar verdaderamente paz y buena voluntad con una base espiritual, se requiere de mucha paciencia y firme deseo. Y si nos mantenemos firmes —cualquiera sea nuestra herencia— podemos cambiar literalmente el mundo, y lo lograremos.
