En Una Ocasión estaba hablando con unos amigos sobre el mejor regalo que habíamos recibido en la vida: una bicicleta roja, el primer automóvil, dinero, etc. Mi respuesta fue rápida: un tazón de cerezas.
Mi mamá y yo éramos muy unidas. Vivíamos a sólo dos cuadras de distancia la una de la otra. No fue extraño, entonces, que poco después de que ella falleció, me desperté en el medio de la noche, caminé dos cuadras y me senté en el umbral de su casa. Era increíble cuánto la extrañaba. Me miré los pies descalzos y el pijama, y comencé a darme cuenta de mi actitud y clamé a Dios: “¡Esperaba más de Ti! Pensé que serías de más ayuda cuando te necesitara”. Inmediatamente pensé en estas palabras de Ciencia y Salud: “La intercomunicación proviene siempre de Dios y va a Su idea, el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 284. Decidí entonces dejar de decirle a Dios cuán miserable me sentía, y escuchar, en cambio, lo que Él tenía que decirme.
Al día siguiente, cuando hacía las compras, noté que habían puesto en venta las primeras cerezas de la temporada. Sabiendo cuánto me gustaban y siendo ella muy artística, pensé que mi mamá hubiera elegido algunas para mí, y quizás me las hubiera traído en un lustroso tazón de caoba con una gardenia encima o en una bandeja de plata con una rosa de largo tallo en el costado. ¡La extrañaba tanto!
Muy poco después, fui a nuestra casa de verano en Colorado, donde tengo vecinos que veo muy de vez en cuando y casi no conozco. Una mañana reconocí a una vecina en el porche de mi casa. Allí estaba ella sosteniendo un tazón de cerezas, ¡con una flor silvestre encima! Al verme me dijo: “La flor silvestre es de su jardín. Algo me hizo detener y tomarla antes de llegar a su puerta”. Tuve la certeza de que este incidente fue la manera en que Dios me daba a entender que siempre me amarían de una manera especial. Sentí que Él me decía: “Este es Mi regalo para ti. Acéptalo”.
Necesitaba confiar más en Dios y menos en los sentidos materiales. Nunca podría haberme imaginado que una extraña llegaría a mi puerta trayendo un regalo similar a lo que mi mamá hubiera hecho, diciendo “algo me hizo detener...” Fue como si mi vecina hubiera sabido que estaba actuando bajo la inspiración divina. Esta era la lección, o regalo, que necesitaba: que soy siempre la hija amada de Dios. Nunca podría estar privada del verdadero amor maternal, la manifestación de Dios. Me acordé de una línea de un himno: “Rodeado estoy de Amor y de bondad”.Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 64. Descubrí que el amor, la gracia y el cuidado no son las posesiones personales y exclusivas de una persona. Son atributos de Dios y están al alcance de todos por igual.
Al hombre rico que lo llamó “Maestro bueno”, Cristo Jesús preguntó: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno, sino sólo uno, Dios”. Marcos 10:17, 18. Jesús buscó apartar la atención de aquel hombre de una persona material hacia la fuente divina del bien que asegura la continuidad espiritual del hombre.
La Sra. Eddy también sabía que no tienen ningún sentido aferrarse a una personalidad material y tratar de buscar en ella algún bien sustancial. Ella escribe: “Es imposible que el hombre pierda algo que es real, puesto que Dios es todo y eternamente suyo. La noción de que la mente está en la materia y que los llamados placeres y dolores, el nacimiento, pecado, enfermedad y muerte, de la materia, son reales, es una creencia mortal, y esa creencia es lo único que se perderá”.Ciencia y Salud, pág. 302.
Necesitamos saber que verdaderamente todos somos hijos del único Padre-Madre. Cada uno de nosotros es la expresión espiritual de Dios, amado y eternamente protegido por Él. A nadie se le quita ni se le priva de nada. A medida que reconocemos la maternidad universal e imparcial de Dios, muchas cosas suceden. El cuidado de los padres aumenta. Somos liberados de la desesperación de creer que podemos quedarnos sin amor. Estamos protegidos de depender solamente de ciertos individuos para nuestra felicidad. Dejamos de pensar en que nos falta amor y reconocemos que todo el bien verdadero en nuestra vida es una expresión del inmutable amor de Dios.
Muchas veces es el sufrimiento humano que nos obliga a recurrir a Dios en busca de ayuda. En mi caso, la creencia específica de que “cuanto más unido estás a una persona, mayor será el pesar al separarte de ella”. fue disipado por el deseo de escuchar a Dios para que estos pensamientos fueran más divinos. Al escuchar, descubrí que Dios no nos deja aislados, solos, ni privados de afecto. Comprendí que ya poseía todo lo que anhelaba. Esta conciencia de Dios y su testimonio son uno.
El poeta Whittier expresó así esta percepción del bien presente: “Pues que lo bueno del ayer el hoy también viene a alegrar, /la vida viene a bendecir y toda tierra a consagrar./ Por entre el fiero retumbar preludio dulce se oye ya/; por entre nubes de temor la luz de paz da su fulgor. / Ya no suspira el corazón por el pasado que se fue;/ si ayer Dios dio Su bendición, también la da aquí y hoy”. Himno No. 238.
Todos anhelamos ese amor constante e incondicional, el amor que nunca podemos perder. Si buscamos esa permanencia en el lugar acertado, encontramos que ya nos pertenece.
