En Una Ocasión estaba hablando con unos amigos sobre el mejor regalo que habíamos recibido en la vida: una bicicleta roja, el primer automóvil, dinero, etc. Mi respuesta fue rápida: un tazón de cerezas.
Mi mamá y yo éramos muy unidas. Vivíamos a sólo dos cuadras de distancia la una de la otra. No fue extraño, entonces, que poco después de que ella falleció, me desperté en el medio de la noche, caminé dos cuadras y me senté en el umbral de su casa. Era increíble cuánto la extrañaba. Me miré los pies descalzos y el pijama, y comencé a darme cuenta de mi actitud y clamé a Dios: “¡Esperaba más de Ti! Pensé que serías de más ayuda cuando te necesitara”. Inmediatamente pensé en estas palabras de Ciencia y Salud: “La intercomunicación proviene siempre de Dios y va a Su idea, el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 284. Decidí entonces dejar de decirle a Dios cuán miserable me sentía, y escuchar, en cambio, lo que Él tenía que decirme.
Al día siguiente, cuando hacía las compras, noté que habían puesto en venta las primeras cerezas de la temporada. Sabiendo cuánto me gustaban y siendo ella muy artística, pensé que mi mamá hubiera elegido algunas para mí, y quizás me las hubiera traído en un lustroso tazón de caoba con una gardenia encima o en una bandeja de plata con una rosa de largo tallo en el costado. ¡La extrañaba tanto!
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