Me Siento muy agradecida a Dios por la curación de la que mi hijo y yo fuimos testigos cuando él contaba nueve años.
Ibamos caminando por una avenida principal en Montevideo cuando de golpe sentimos una frenada tremenda; al volvernos atinamos a ver que un muchacho volaba literalmente por el aire y caía pesadamente sobre el pavimento. Un ómnibus lo había atropellado.
Mi hijo me tomó fuertemente de la mano y me dijo: “Mamá, la Sra. Eddy dice que “los accidentes son desconocidos para Dios” (Véase Ciencia y Salud, pág. 424). Y luego agregó: “¿Por qué no oramos juntos?” En ese momento pensé en el Padre Nuestro.
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