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Una oración sanadora

Del número de mayo de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Me Siento muy agradecida a Dios por la curación de la que mi hijo y yo fuimos testigos cuando él contaba nueve años.

Ibamos caminando por una avenida principal en Montevideo cuando de golpe sentimos una frenada tremenda; al volvernos atinamos a ver que un muchacho volaba literalmente por el aire y caía pesadamente sobre el pavimento. Un ómnibus lo había atropellado.

Mi hijo me tomó fuertemente de la mano y me dijo: “Mamá, la Sra. Eddy dice que “los accidentes son desconocidos para Dios” (Véase Ciencia y Salud, pág. 424). Y luego agregó: “¿Por qué no oramos juntos?” En ese momento pensé en el Padre Nuestro.

Al terminar de orar, mi hijo me pidió que cruzáramos donde estaba el muchacho en el suelo. A mí la perspectiva no me gustaba nada pues el cuadro no era muy agradable a la vista, pero mi hijo insistió y cruzamos. La gente alrededor del joven decía que estaba muerto, pero mi hijo insistió en que no era verdad, pues ese joven, como la imagen y semejanza de Dios, siempre vive.

En esos momentos llegó una ambulancia y el muchacho abrió sus ojos; mi hijo se puso muy contento. Cuando lo subían a la ambulancia, a mí me pareció que él miraba a mi hijo, pero después me dije que seguramente solo me había parecido.

Todo esto ocurrió un viernes a la tarde, y cuando regresamos a casa continuamos orando para ver la identidad de ese joven como una idea de Dios. Al otro día, me enteré de que el muchacho trabajaba en una galería comercial céntrica. Fuimos allí, preguntamos por él, pero nadie parecía conocerlo.

El lunes volví a la galería. En el camino me dije: “Dios mío, guíame donde deba ir”. Cuando entré, me dirigí a un local cualquiera y pregunté por el muchacho; y me contestaron que el joven trabajaba en ese mismo lugar. Pregunté cómo estaba, y el señor que me atendió me dijo: “¿Usted vio lo que ocurrió?” Le contesté que sí, y continuó con una expresión de asombro: “Lo fui a ver al sanatorio y le pregunté si se acordaba de algo, y me contestó que lo único que se acordaba era de haber visto a un niño gordito que lo miraba con mucho amor; y eso le había dado una paz que no podía explicar. ¿Se da cuenta señora? Hoy lunes, temprano de mañana le dieron el alta porque está perfectamente bien”.

Yo estoy muy agradecida por esta experiencia y por muchas otras que he tenido como resultado del estudio y de la práctica de la Christian Science. También estoy agradecida por poder servir en una filial de La Iglesia Madre como una de las organistas, y tener la dicha de que mi hijo sea uno de sus solistas además de continuar asistiendo a la Escuela Dominical.


Yo tambien doy infinitas gracias a Dios por esta experiencia que sucedió tal como mi madre la relata. Todas las personas que vieron el accidente decían que el muchacho estaba muerto, pero mamá y yo sabíamos que la vida de él estaba en Dios.

Tambien doy gracias a Dios por ir a la Escuela Dominical, por todos mis maestros que tanto nos enseñan; y por cantar el solo en la iglesia, pues para mí es una bendicion cantarle a mi Padre-Madre Dios.

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