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La disolución del prejuicio racial

Del número de mayo de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


El Racismo se caracteriza por la intolerancia que existe contra otras naciones, tribus o grupos étnicos que difieren en color y costumbres. Tal prejuicio conduce a la irritación, el odio y el malestar que termina en conflictos y en terribles guerras. Parece no haber solución, pero lo cierto es que la hay.

Es muy importante comprender mejor a otros grupos, estudiando sus costumbres e idiomas. Pero esto en sí, si bien es útil, no es suficiente para traer soluciones permanentes. Hace muchos años, comencé una carrera en Zimbabwe, y un superior me recomendó que aprendiera a hablar y a escribir una de las lenguas vernáculas principales del país. Me gustó la idea de llegar a tener buenas relaciones con la gente local, de una manera práctica, y así lo hice. Después, al transformarme en estudiante de la Christian Science, descubrí una forma mucho mejor de superar el prejuicio racial y étnico. Esta solución espiritual nos une a todos como hijos de un solo Padre, Dios.

Lo que se necesita realmente es promover la armonía universal. Puede tomarnos años aprender una nueva lengua o comprender las costumbres de otra cultura. No obstante, cuando uno refleja en la vida diaria las hermosas cualidades de nuestro Creador, los demás también sienten la influencia armoniosa de nuestras acciones inspiradas por Dios. Las acciones cristianas hablan más alto que las palabras. El Amor construye puentes entre los grupos étnicos.

El ejemplo de Cristo Jesús nos muestra que realmente existe una hermandad espiritual universal. Todos tenemos un solo Padre celestial que es Dios. Y todos tenemos el mismo origen espiritual. Lo que la mortalidad ve como divisiones de raza y etnia en realidad no nos puede separar cuando comprendemos que todos somos hijos del mismo Padre, Dios. En 1 Juan leemos: “Amados, ahora somos hijos de Dios”. 1 Juan 3:2. Desde una perspectiva espiritual todos estamos unidos por nuestra unidad con Dios.

Según el relato de la creación espiritual en la Biblia, Dios, el Espíritu, hizo al hombre a Su propia imagen y semejanza. Esta semejanza es común a todos, y necesitamos comprender y analizar este hecho para determinar que la individualidad del hombre como expresión de Dios no incluye elementos de prejuicio ni discriminación. Dios sólo ve Su propia semejanza, espiritual, pura y perfecta. Mary Baker Eddy dice en Ciencia y Salud: “El hombre es la expresión del ser de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 470.

Dios no conoce ninguna imperfección en las concepciones humanas, ni diferencias o discrepancias entre nosotros. Ama a todos Sus hijos por igual, sin distinción de razas o diferencias étnicas. En Colosenses leemos que debemos dejar de lado al hombre viejo —es decir la mente mortal con su concepto falso de que hay una separación entre Dios y el hombre y entre un hombre y el otro— y vestirnos con la identidad espiritual del “nuevo hombre”. Al hacerlo percibimos al hombre a imagen de Dios: “donde no hay griego ni judío, circunscisión ni incircunsición, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos”. Colosenses 3:9-11. La comprensión espiritual o la revelación de la verdadera identidad disuelve los sentimientos tanto de superioridad como de inferioridad, y revela la relación espiritual genuina de que gozan todas las personas como hijos de Dios.

Lo que aprendí al estudiar la Christian Science elevó mi pensamiento y mi conducta como funcionario público. Esto, a su vez, promovió buenas relaciones con observadores de delegaciones nacionales, locales e internacionales, y entre ellos mismos, con los cuales trabajé durante las pacíficas elecciones de 1989 en Namibia. El hecho de reflejar la omniciencia de la Mente divina y las hermosas actitudes del Amor, nos ofrece una manera suficiente y eficaz de comunicarnos. El lenguaje y uso del Amor divino que reflejamos y la gloria de Dios, son las maneras seguras de abrazarnos como iguales con nuestros hermanos del mundo, sin prejuicios.

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