Al ver en un diccionario la definición de “Inmunidad” e “Inmune”, encontré lo siguiente: Inmunidad: Condición libre de obligaciones; el estado del ser ausente de males; especial condición de gracia; privilegio.
Inmune: Que no está sujeto a obligaciones: exento, libre, colmado, privilegiado.
Partiendo de esta premisa, he pensado en lo que afirma Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud: “Si somos cristianos en todo lo que respecta a la moral, pero estamos en tinieblas en cuanto a la inmunidad física que el cristianismo incluye, entonces debemos tener más fe en Dios en ese respecto y estar más conscientes de Sus promesas”.Ciencia y Salud, pág. 373.
Cristo Jesús contribuyó a que se cumplieran todas esas “promesas”, gracias a su comprensión del amor infinito que Dios tiene por toda Su creación. Cristo Jesús estaba consciente de la perfección del hombre por ser la imagen y semejanza de Dios, y del dominio que el Creador le había dado sobre toda la tierra.
Por tanto, veo que las promesas de Dios están incluidas en la perfección y el dominio del hombre, cuyo ser está exento de mal y es naturalmente libre, satisfecho, privilegiado.
La inmunidad del hombre, entonces, está asegurada por el mismo Creador. Saber esto es un privilegio que nos hace libres. La Sra. Eddy declara: “La ignorancia de lo que es Dios ya no es el puente hacia la fe. La única garantía de obediencia a Dios es una comprensión correcta de Él, y conocerle a Él correctamente significa Vida eterna”. Ibid. pág. VII.
Es decir que, si nosotros deseamos realmente comprender a Dios, nuestro Padre celestial se nos revelará, mostrándonos la grandiosidad de nuestra naturaleza divina.
La Biblia cuenta cómo Dios dio a conocer a Moisés la irrealidad del mal, cuando le hizo echar en tierra su vara, que se convirtió en serpiente (o bien, en el símbolo de la mentira). Después le ordenó tomarla, y ésta volvió a ser una vara en su mano. Así, la obediencia de Moisés demostró el dominio sobre la ilusión de que el error tenía poder. Después Dios quiere darle a Moisés otra prueba del poder del hombre sobre la creencia de que el mal es real, le pide que meta su mano en su seno, y la mano se vuelve blanca por la lepra, una terrible enfermedad contagiosa; y cuando Moisés la vuelve a retirar de su pecho ésta vuelve a estar sana. Éxodo 4:2–7.
Cristo Jesús cumplió todas las promesas que Dios anunció en el Antiguo Testamento. Él pidió a quienes creen en él, tomar con la mano serpientes y limpiar leprosos. Es decir que cada uno de sus seguidores puede enfrentar y demostrar la nada de todo tipo de mal. ¡Qué promesa para la humanidad encontramos en esta exigencia!
Por tanto, los cristianos tienen que enfrentar la pretensión de que en la creación existe algo desemejante a Dios y sanarla: ya sea que se trate de lepra, como una enfermedad infecciosa, contagiosa, irreversible e incurable, o cualquier otra pretensión que quiera subyugarnos. La necesidad siempre es probar que el hombre es intocable e inmune a cualquier pretensión del mal.
La inmunidad del hombre siempre está sostenida por la suprema ley de Dios. Ninguno puede escapar a esta verdad que nos libera de grandes temores. Tal conocimiento es preventivo y nos fortalece aun cuando los medios de comunicación den todos los detalles de las diferentes alergias o gripes que están por surgir, o de las enfermedades sintomáticas que invaden los jardines de infantes y escuelas primarias.
El reconocimiento de nuestra inmunidad innata como reflejos de Dios nos ayuda a desafiar el contagio mental colectivo del miedo a cualquier tipo de enfermedad. Ciencia y Salud dice que: “...toda enfermedad es un error y que no tiene ni carácter ni clase fuera de aquellos que le atribuya la mente mortal”.Ciencia y Salud, pág. 400.
En 1901 Mary Baker Eddy fue entrevistada por un periodista del New York Herald que le preguntó: “¿Niega usted categóricamente la teoría sobre las bacterias propagadoras de las enfermedades?” “Oh sí, completamente”, ella respondió con una inflexión prolongada. “Si tuviera que alimentar esa idea sobre la enfermedad, debería también considerarme en peligro de contagiarme”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 344.
Un practicista de la Christian Science una vez me contó de la extraordinaria lección que había aprendido de esta declaración, sobre las bacterias en general. Un hombre le había pedido ayuda porque estaba enfermo de malaria, la que contrajo cuando vivía en África. El diagnóstico humano dice que esta enfermedad es intermitente, es decir, tiene períodos pasivos seguidos de otros períodos de actividad que se caracterizan por fiebre. En ese momento el hombre tenía fiebre. Mi amigo declaró que las ideas de Dios no son carnívoras ni destructivas. Al paciente le impresionaron tanto esas palabras que sanó esa misma tarde, y la curación fue permanente.
Esta experiencia me demostró que donde hay una creencia de gérmenes portadores del mal, no es el gérmen el que debe ser eliminado, sino la propiedad que el pensamiento humano le da. La sugestión es anulada cuando el paciente toma conciencia de su propia inmunidad. Entonces adquiere fuerza moral, y es sanado.
“Dios no sana solamente los resfriados”. Este conocimiento nos ayuda a no clasificar el mal. Una enfermedad es como un error de matemáticas que simplemente debe ser corregido; y, tratándose de números, el número diez no nos puede impresionar más que el número uno. Lo que cuenta es la corrección, basada en la Verdad. Entonces el SIDA o la lepra no darán más miedo que un resfriado o una tos.
En el Apocalipsis leemos: “Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra”. Apocalipsis 10:1–2.
El pasaje correlativo de Ciencia y Salud, explica: “Ese ángel tenía en su mano ‘un librito’ abierto para que todos lo leyeran y comprendieran. ¿Contenía ese mismo libro la revelación de la Ciencia divina, cuyo ‘pie derecho’, o poder dominante, estaba sobre el mar —sobre el error elemental y latente, el origen de todas las formas visibles del error? El pie izquierdo del ángel estaba sobre la tierra; esto es, un poder secundario se empleaba contra el error visible y el pecado audible”.Ciencia y Salud, pág. 559. Considero que mediante la práctica de la Christian Science se puede aprender una gran lección: El “pie derecho” ejerce un poder dominante sobre la mente mortal con su pretensión universal de que el mal existe y es real, juntamente con todas las creencias que componen aquello que está definido como el “mar latente”.
El “pie izquierdo”, por otra parte, está sobre el error visible y sobre el pecado “perceptible”. ¿Acaso no nos hace pensar esto en todas las veces que hemos estado tentados a ver o sentir un mal específico?
La Christian Science nos ayuda a dominar el mal con el conocimiento de que sólo el Principio divino está gobernando Su creación, y que no hay ningún otro poder delante de Él.
Dios no conoce el mal. No ha dotado al hombre, Su imagen y semejanza, del dominio para defenderse de peligros que puedan ser reales. Más bien, Dios ha dado al hombre la habilidad de discernir y gozar de la belleza y de la realidad de la creación.
Éste es el verdadero estado del ser del hombre.
 
    
