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No dejes de luchar. ¡Sigue orando!

Del número de mayo de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Poco un amigo me envió una historia tierna que me hizo pensar en la oración y en la perseverancia. Una noche una madre llevó a su hijo a un recital del gran pianista polaco Paderewski. Antes de que comenzara el concierto, el niño decidió explorar el teatro, y de pronto se vio en el escenario. Cuando se abrió el telón, allí estaba el niño frente al teclado tocando “Twinkle, Twinkle, Little Star” (una melodía infantil). Sin inmutarse, Paderewski se acercó al teclado y le susurró: “No dejes de tocar, sigue tocando”. Rápidamente pasó los brazos alrededor de los hombros del niño para tocar un acompañamiento de bajo y una contramelodía, y por un momento, el maestro de renombre mundial y un pequeño inocente cautivaron a su público.

Sea verdad o no, la historia fue para mí una clara metáfora: el eterno Padre-Madre que abraza a Su hijo inocente y lo fortalece para que continúe avanzando y creciendo. El “No dejes de tocar, sigue tocando”, fácilmente se transforma en “No dejes de luchar. ¡Sigue orando!”

“¿Nos beneficiamos con la oración?”, pregunta la Sra. Eddy en Ciencia y Salud. “Sí, el deseo que se eleva, hambriento de justicia, es bendecido por nuestro Padre, y no vuelve a nosotros vacío”.Ciencia y Salud, pág. 2.

¿Qué ocurre cuando oramos? Ciertamente a menudo esperamos conseguir algo, pero también necesitamos renunciar a algo. Cuando entramos en ese “aposento” tan especial de la oración de la que habla Cristo Jesús, Véase Mateo 6:6. estamos de acuerdo en dejar de lado el interés propio; renunciamos con sencillez y humildad a nuestra voluntad humana para que se haga la voluntad de Dios, para buscar activa y consecuentemente la guía del Amor. La Sra. Eddy asegura a los lectores que Dios nos ayuda en este esfuerzo; ella escribe: “Cuando un corazón hambriento le pide pan al divino Padre-Madre Dios, no le es dada una piedra —sino más gracia, obediencia y amor. Si este corazón, humilde y confiado, le pide fielmente al Amor divino que lo alimente con el pan celestial, con salud y santidad, estará capacitado para recibir la respuesta a su deseo...”Escritos Misceláneos, pág.127.

Cuando confiamos en Dios y oramos, recibimos humildad, fortaleza, claridad y dirección.

La Biblia abunda en pensadores y hacedores espirituales que se negaron a darse por vencidos en medio de muy serios desafíos. Traicionado por sus celosos hermanos y vendido como esclavo, José superó la tentación en la casa de Potifar, ayudó a Faraón a enfrentar una hambruna devastadora, y con el tiempo perdonó a sus hermanos. Génesis 39. Arrojados a un horno de fuego ardiente por el enfurecido rey Nabucodonosor cuando se negaron a adorar su imagen de oro, Sadrac, Mesac y Abednego fueron salvados por Dios, quien “envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él”. Daniel 3:28. Además, el rey sanó de la dureza de su corazón. Pablo y Silas, golpeados y puestos en prisión en uno de sus viajes, “orando ...cantaban himnos a Dios”. Hechos 16:25. Su confianza en que el poder del Todopoderoso podía librarlos, resultó en un terremoto que sacudió la prisión, abrió las puertas, soltó a los prisioneros, y convirtió a su carcelero.

Así, al confiar en Dios mediante nuestras oraciones, obtenemos humildad, pureza, obediencia, fortaleza, claridad y dirección, al tiempo que descartamos el temor, la incertidumbre, el orgullo y la timidez. Esto nos permite avanzar con mayor confianza a medida que crecemos en gracia.

Cuando era joven, me resultaba fácil alzar la bandera blanca, es decir, darme por vencido. Era un estudiante de bajas calificaciones, tenía pocas habilidades atléticas, no podía completar grandes proyectos, y estaba demasiado consciente de cuán a menudo los desafíos de la vida me derrotaban. Cuando estaba en onceavo grado, alcancé un punto crítico donde sabía que a fin de progresar en demostrar las habilidades que Dios me había dado, tenía que emprender un serio estudio espiritual por mi cuenta, en lugar de depender de otros para que me alentaran. Como miembro de una familia amorosa, que asistía a la Iglesia, me gustaba asistir a la Escuela Dominical. Sin embargo, aunque había tenido pequeñas curaciones, no me resultaba fácil comprender los conceptos espirituales. De manera que hice un cambio que alteró el curso de mi vida: comencé a leer las Lecciones Bíblicas Semanales del Cuaderno Trimestral de la Christian Science, como el fundamento espiritual para mis actividades diarias. También oré para tener más confianza en mi habilidad para manejar con seguridad las situaciones que me intimidaran.

Poco a poco, a lo largo de los siguientes dos años, mis calificaciones mejoraron notablemente, gané una competencia atlética, me desempeñé como presidente del coro, y fui aceptado en la universidad. En lugar de darme por vencido, aprendí a perseverar en mi compromiso con las metas espirituales más elevadas, a enfrentar la adversidad con valor, y a estar agradecido por las evidencias de crecimiento y curación que tuve como resultado. Sintiendo el abrazo amoroso de Dios, continué avanzando en la universidad. Después de mi graduación, tuve muchas oportunidades en el ejército de usar la oración para superar desafíos que en años anteriores me hubieran consumido.

Oro cada día cuando me despierto, abriendo el camino para poder orar repetidamente a lo largo del día, para “orar sin cesar”. Esto es muy valioso cuando surgen situaciones que tratan de persuadirme a que me encierre en una manera limitada de resolver los problemas, o que acepte la derrota. Esa oración me impulsa a trabajar por la salud y santidad de la humanidad, a ser bueno y hacer el bien, a ayudar y sanar.

A la larga, el darse por vencido no nos ayuda. Cuando seguimos buscando la presencia de Dios en nuestra vida, que guía y sana, crecemos en nuestra comprensión de Él y demostramos con mayor facilidad el poder de la oración consagrada y del corazón. Como nos asegura uno de mis himnos favoritos: “A todos Dios da luz, escucha la oración; siempre al llamado respondió, Él os dio Su Verdad”.Himnario de la Christian Science, No. 70.

Tarde o temprano, el “No dejes de luchar. ¡Sigue orando!”, se transforma en una experiencia de curación diaria.

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