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En las manos de Dios

Del número de mayo de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Tómese Un Momento y observe las manos de alguien a quien quiere. Mírelas con cuidado. Mire las manos de su padre. O las de su hermana. O las de su esposa. O las de su mejor amigo.

Verá mucho más de lo que esperaba encontrar. Las manos cuentan historias maravillosas. Verá manos que lo levantaron cuando se cayó de su primera bicicleta. Que lo ayudaron a atarse los zapatos. Que hornearon galletas y recogieron flores para poner en su habitación. Que le acariciaron la frente cuando estuvo enfermo. Que le lanzaron una pelota y pelaron una naranja de la manera correcta. Que le indicaron dónde estaba el lucero de la noche, y el capullo de una mariposa, y esa bandada de gansos que iba bien alto en el cielo. Que sostuvieron su mano cuando caminaba por la playa una tarde de verano.

No hace mucho, escuché un concierto de Livingston Taylor, quien concluyó la presentación con una versión de “Las manos de mi abuela” de Bill Withers. La letra dice en parte:

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