Tómese Un Momento y observe las manos de alguien a quien quiere. Mírelas con cuidado. Mire las manos de su padre. O las de su hermana. O las de su esposa. O las de su mejor amigo.
Verá mucho más de lo que esperaba encontrar. Las manos cuentan historias maravillosas. Verá manos que lo levantaron cuando se cayó de su primera bicicleta. Que lo ayudaron a atarse los zapatos. Que hornearon galletas y recogieron flores para poner en su habitación. Que le acariciaron la frente cuando estuvo enfermo. Que le lanzaron una pelota y pelaron una naranja de la manera correcta. Que le indicaron dónde estaba el lucero de la noche, y el capullo de una mariposa, y esa bandada de gansos que iba bien alto en el cielo. Que sostuvieron su mano cuando caminaba por la playa una tarde de verano.
No hace mucho, escuché un concierto de Livingston Taylor, quien concluyó la presentación con una versión de “Las manos de mi abuela” de Bill Withers. La letra dice en parte:
Las manos de mi abuela,
aplaudiendo los domingos
en la iglesia...
Las manos de mi abuela
levantándome cada vez
que me caía...
Mi abuela ya no está,
y si en el cielo llego a entrar,
las manos de mi abuela
buscaré. Canción escrita por Bill Withers. Editora: Interior Music.
Cuando escuché esa canción, pensé en todas las manos que habían sido buenas conmigo, que me ayudaron y me guiaron. Me sentí muy agradecido. Luego pensé en las manos de Dios. Y me sentí más agradecido todavía. Me di cuenta de que nunca estamos apartados de la bondad de Dios. Su ayuda siempre presente. Su constante guía divina. Ya nunca más tenemos que sentir que no tenemos a Dios, porque Él es nuestro Padre-Madre para siempre; la Vida y el Amor eternos que nos crean, nos mantienen, nos sostienen, por siempre.
La Biblia tiene muchos relatos hermosos sobre las manos de Dios que cuidan de nosotros. El salmista escribió: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?... Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Salmo 139:7, 9, 10. Y en Isaías leemos: “...te sustentaré con la diestra de mi justicia... Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo”. Isaías 41:10, 13.
Por supuesto que Dios, como es el Espíritu omnipresente e infinito, no tiene manos físicas, porque serían muy limitadas en función, alcance y utilidad. En cambio Dios es ilimitado, y no está confinado a espacio alguno. Es omnipotente. Sus “manos” son una metáfora de Su poder, siempre disponible, siempre fuerte y tierno, siempre capaz de liberarnos de toda carga o enfermedad. El ministerio de Cristo Jesús demostró esto con mucha compasión, y su obra sanadora expresó un amor muy fuerte.
Sus “manos” son una metáfora de Su poder, siempre disponible, siempre fuerte y tierno, siempre capaz de liberarnos de toda carga o enfermedad.
En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy habla sobre la promesa de Jesús de que la curación espiritual estaría al alcance de todos sus seguidores cuando dijo: “...sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. Marcos 16:18. La Sra. Eddy escribe: “Aquí la palabra manos se usa metafóricamente, como la palabra diestra se emplea en el texto ‘La diestra de Jehová es sublime’. Expresa poder espiritual; de otro modo la curación no habría podido efectuarse espiritualmente”.Ciencia y Salud, pág. 38.
Cuando oramos y practicamos la curación cristiana, cuando compartimos el amor y la gracia redentora de Dios con los demás, nosotros también expresamos poder espiritual. Estamos reflejando a Dios. Confiamos en Él. Y eso es muy natural para Sus hijos.
Es bueno poner nuestra vida en Sus manos (Su poder). Nos hizo a Su semejanza, de manera que nunca podemos apartarnos de Su presencia ni dejar de estar bajo Su cuidado. En nuestra vida diaria, Él nos mantendrá unidos, nos sostendrá, nos bendecirá, nos sanará y nos mostrará el camino. En las manos de Dios estamos seguros y sanos.
