La Humanidad tiene una deuda común, definida en el siguiente versículo de la Biblia: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros”. Romanos 13:8. Según entiendo, esto significa que el mero intercambio de objetos, o aun de dinero, no puede satisfacer plenamente esta deuda de amor. Porque, según continúa el mismo versículo “el que ama a su prójimo ha cumplido la ley”.
¡Qué gozo es cumplir esta ley y pagar esta deuda! Para hacerlo, debemos recurrir a Dios, que es Amor y la fuente de todo amor humano genuino. La manipulación de los sentimientos de otro en interés propio — si bien a veces se llama “amor” — no reduce la deuda. Y el mero cumplimiento de nuestro deber tampoco cancela nuestras obligaciones para con los demás. Aprendí esto una vez cuando me pareció que era mi deber llamar por teléfono a un miembro de mi familia diariamente. Ella solía quejarse y yo la escuchaba con fingida paciencia. Después de cada llamada me sentía frustrada. Estoy segura de que ambas estábamos orando para resolver esta parodia de amor, porque al poco tiempo nuestras conversaciones telefónicas se convirtieron en un feliz intercambio de afecto, sin vestigio de angustia alguna.
Cada uno probará en determinado momento, que todo lo que se oponga a nuestra libre expresión de amor por nuestro prójimo, es ilegítimo. Amar es normal y natural. Incluso, generaciones de odio infundido por el tiempo cederán al amor de Dios que refleja cada persona.
Quizás el principal obstáculo a tener la libertad de expresar amor, sea el temor. El temor invierte el sentido expansivo del amor, convirtiéndolo en amor propio. Ciencia y Salud define el amor propio como parte de “la ley del pecado y la muerte”.Ciencia y Salud, pág. 242. No obstante, en la misma oración, nos asegura que el Amor divino es el solvente universal, que disuelve “la obstinación, la justificación propia y el amor propio”. Para poder amarnos unos a otros genuina y progresivamente, debemos hacer el esfuerzo de liberarnos del amor propio. Cada esfuerzo por olvidarnos de nosotros mismos nos permite expresar más fácilmente nuestro afecto universal e incondicional.
La continua adoración al Amor divino y el acto de volvernos a Él para cada expresión de afecto, produce resultados sorprendentes. Quizzás nuestro corazón rebose, pero la dádiva del amor no disminuye nuestros recursos. Por el contrario, los multiplica. Cada expresión de amor auténtica enriquece nuestra naturaleza de forma permanente. Y como resultado nuestro temor disminuye.
“El que ama a su hermano ha cumplido la ley”
La capacidad individual de amar que posee cada persona es como una línea de crédito infinita que recibe de Dios. Cada vez que recurrimos a ella para expresar amor por Su creación, utilizamos ese crédito que Dios nos brinda. Ésa es la única deuda a la cual tenemos derecho legítimo. El vivir humildemente con esta deuda santa revela caminos y medios que satisfacen la necesidad de amor que tiene la humanidad, en todo momento, día tras día.
Chicago, Illinois, EE.UU.
