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Para vencer a Goliat

Del número de octubre de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Te gustan los perros?, a mí sí, pero recuerdo que una vez yo no le gusté mucho a uno.

Una tarde, regresaba caminando a mi casa, y la calle estaba muy silenciosa. No había nadie. De pronto escuché unos ladridos a mis espaldas. Me volví para mirar y vi que un perro bastante grande me estaba ladrando y mostrando los dientes. ¡Está de sobra decir que me asusté!

En una oportunidad alguien me dijo que los perros se alejan si se les tiran piedras. Había bastantes piedras en el suelo, así que comencé a tirárselas. Pero las piedras no sirvieron de nada. El perro se enojó más, y se me acercó aún más.

Entonces me acordé de la historia de David y Goliat en la Biblia. Véase 1 Samuel 17:1-50. David era un joven pastor, y no tuvo miedo cuando tuvo que enfrentarse con Goliat, un hombre enorme y acostumbrado a usar la espada, la lanza y el escudo.

Lo que me gusta de esta historia es que cuando David tuvo que decidir qué armas iba a usar, se llevó lo que conocía. Sólo tomó unas piedras y su honda de pastor. Y lo que es más importante: su gran confianza en Dios. David sabía que todo el poder le pertenecía a Dios, y él amaba a Dios.

En el libro Ciencia y Salud yo había aprendido el significado espiritual de “Roca”, que me gusta mucho. Dice que la “Verdad” es una roca. Véase Ciencia y Salud, pág. 593.

Verdad significa que la verdadera creación de Dios tiene un fundamento espiritual que es perfecto y eterno. Verdad es también un nombre para Dios. La verdad de Dios es una fuerte defensa y nos brinda más protección que cualquier otra cosa.

Me di cuenta de que estaba usando las piedras equivocadas. No necesitaba las piedras que estaban en el suelo, bajo mis pies, sino la verdad acerca de la creación de Dios. Dejé de lanzarle piedras al perro, y pensé en la verdad que me podía ayudar.

Entonces comprendí que el perro no trataba de hacerme daño, tan solo defendía lo que creía suyo. Eso me hizo sentir más tranquila. Luego le dije en voz alta: “Eres la idea de Dios y no puedes hacerme daño”. Ya no me sentía asustada, sino que sentía amor por el perro. Pienso que él también sintió eso porque en ese instante dejó de enseñar los dientes, dio media vuelta y se fue.

Con la Verdad vencí a Goliat — no al perro, sino al temor que yo sentía — y todo salió bien. Lo mejor fue que usé las “piedras correctas”.

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