Conocí la Christian Science hace muchos años. Mi marido frecuentaba una iglesia y estudiaba esa Ciencia, pero yo no. Cuando uno de nuestros hijos tenía dieciocho meses, tuvo una hemorragia. La misma se repetía varias veces al día. Hablé con mi marido y me sugirió que le pidiéramos ayuda a una practicista de la Christian Science. La llamé por teléfono. No pude entender todo lo que me decía, porque a pesar de que vivía en los Estados Unidos, no sabía mucho inglés. De esa conversación, pude por lo menos captar una idea: debía ver al bebé totalmente bien. Poco después de colgar el teléfono, lo fui a ver. El niño estaba jugando, muy alegre, con su hermano mayor. La hemorragia cesó el mismo día y la curación fue permanente. A partir de entonces, comencé a frecuentar una iglesia de Cristo, Científico, y a estudiar esta Ciencia.
Años más tarde, mis hijos estaban jugando en el balcón de nuestro departamento que daba al patio de otro edificio. Estaba haciendo los quehaceres domésticos cuando dos de mis hijos vinieron corriendo a contarme que su hermano se había caído del balcón. Vivíamos en el segundo piso, aproximadamente a quince metros del suelo. Bajé rápidamente. Los vecinos ya habían llamado a la ambulancia, a la policía y a los bomberos. Al llegar junto al niño, lo levanté y repetí varias veces la declaración científica del ser, que se encuentra en Ciencia y Salud. La idea de que no hay vida en la materia fue muy importante para mí. Yo sentía que mi hijo era espiritual, una idea de Dios, siempre intacta. Pensaba con firmeza que la Mente divina, Dios, lo había criado perfecto y que nada podía afectar esa perfección. Se me fue la angustia por la caída y por las posibles consecuencias. Mantuve mi pensamiento espiritualmente elevado, reconociendo que Dios estaba gobernándolo todo, en todo momento.
Cuando llegó la ambulancia, los enfermeros me preguntaron si el niño estaba vivo. Les dije que estaba bien. No tenía ninguna señal de fractura ni de heridas. Mientras tanto, tuve que entregárselos para que le hicieran los exámenes necesarios, conforme lo exige la ley. Además de la declaración científica del ser, el Salmo 91 me ayudó mucho. Sentí que mi hijo estaba siempre seguro en los brazos del Altísimo, descansando bajo la sombra del Omnipotente, Padre-Madre Dios y por eso yo podía confiar plenamente en los cuidados divinos.
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