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Curación de una herida de bala

Del número de octubre de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Dos Años tuve la prueba de lo importante que es orar diariamente por uno mismo y por la familia.

Habíamos ido a cenar con nuestra hija y nuestros nietitos a un restaurante que tiene un área de juegos para niños.

Mientras mi esposo y mi hija conversaban, yo llevé a los niños a jugar. A la media hora, sentimos varios estampidos. Yo pensé que eran petardos, hasta que entró un señor corriendo con su bebé en brazos, haciéndonos tender en el suelo mientras nos decía que eran tiros y que no nos moviéramos. Una empalizada nos separaba del área de donde provenían los disparos y los gritos.

Al cabo de unos minutos, ese señor volvió a salir y regresó diciendo que había una persona herida, y que ya podíamos salir. Así lo hicimos, y entonces descubrí que la persona herida era mi esposo.

Los delincuentes habían disparado 5 balazos de un arma calibre 45 mm. Al decirle mi hija a mi esposo “Salgamos porque algo grave está ocurriendo”, él se incorporó y al hacerlo una bala, que dejó su orificio en el cristal del ventanal, a la altura de su cabeza, le penetró en la espalda con orificio de salida por el hombro.

Llegó la policía junto con las ambulancias y nos llevaron a un hospital cercano. Tanto mi hija como yo, manteníamos nuestro pensamiento “en guardia y oración”, como dice el Himno N° 207 de Mary Baker Eddy, sabiendo que Dios estaba con nosotros.

La doctora de Primeros Auxilios que nos recibió, en el momento de llevar a mi marido a hacerle los estudios pertinentes, me dijo: “Por el lugar donde penetró la bala, puede ser muy delicado”. A lo que yo le respondí: “Vamos a pensar que todo va a estar bien”. Y mirándome, hizo eco de mis palabras.

Me quedé sola, en un lugar apartado para poder orar, mientras mi hija hacía lo mismo desde su casa, junto a sus dos hijitos mayores.

Me aferré fuertemente al Salmo 91 y a un párrafo de la página 495 de Ciencia y Salud. Usando los verbos en tiempo presente y en primera persona, oré así: “Cuando la ilusión de enfermedad o pecado me tienta, me aferro firmemente a Dios y Su idea. No permito que nada sino Su semejanza more en mi pensamiento. No consiento que ni el temor ni la duda oscurezcan mi claro sentido y serena confianza de que el reconocimiento de la vida armoniosa — como lo es la Vida eternamente — pueda destruir cualquier concepto doloroso o creencia acerca de lo que la Vida no es. Dejo que la Christian Science en vez del sentido corporal, apoye mi comprensión del ser, y esa comprensión sustituye el error con la Verdad, reemplaza la mortalidad con la inmortalidad y acalla la discordancia con la armonía”.

Luego sentí un profundo deseo de que los atacantes se arrepintieran, y que todo no fuera más que una oportunidad para su regeneración.

Al cabo de una hora y media, y después de radiografías, ecografías y otros estudios, la doctora vino a decirme que había sido un milagro que mi marido se hubiese salvado, ya que la bala había pasado a solo 2mm de una red de vasos sanguíneos cercanos a la clavícula y no había tocado la parte superior del pulmón. Ambas agradecimos a Dios.

Las heridas producidas por la bala, poco a poco fueron cicatrizando y no ha tenido ninguna secuela.

Cada prueba del poder de Dios afirma nuestra fe y desarrolla nuestra comprensión de que la activa y constante ley del Amor divino incluye a todos sus hijos sin excepción.


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