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El Rincón Postal

Del número de octubre de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Amigos del Heraldo:

Les saludo cariñosamente, deseando que se encuentren gozando de las ricas bendiciones de nuestro Dios Padre.

Después de saludarles, paso a decirles que me encuentro muy feliz de poder escuchar su programa radial. Soy una persona que busca tener una relación íntima con Dios. He andado por muchas religiones... Su programa radial me gusta mucho. Ustedes tienen un enfoque espiritual diferente respecto a la Biblia. Las experiencias que escucho en su programa me ayudan mucho y algunas enseñanzas de ustedes las practico y veo resultados asombrosos. Por ejemplo, he orado el Padre Nuestro por la salud de mi columna, ya que no tenía para ir a un huesero de columnas. Mi trabajo está escaso y el dinero no alcanza. Y me sané solo, orando como ustedes enseñan, y también en mi trabajo he visto el favor de Dios. He realizado trabajos que para mí eran muy, pero muy difíciles. Oré. Puse toda mi confianza en Él y los realicé, y así tengo muchas experiencias. En otra oportunidad les contaré.

Por favor, les ruego que me suscriban a la revista El Heraldo de la Ciencia Cristiana para todo este año 2001, y si pueden envíenme todo lo que ustedes ofrecen por la radio. Quiero aprender sus enseñanzas lo antes posible. ¡Cómo quisiera ser un practicista! Me da mucha pena ver niños, jóvenes, ancianos, enfermos o ver personas que no tienen ni qué comer ni qué vestir. Ayúdenme para ayudar a otros.

Por favor, envíenme el libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.

Me despido hasta otra oportunidad. Que Dios los bendiga. Gracias.

Querido Heraldo:

Hace un par de años, un terremoto abatió una de las más hermosas y productivas regiones de mi país. Los medios de comunicación transmitieron al mundo las desgarradoras escenas que se vivían entre los escombros. Destrucción y muerte era lo único que parecía reinar en esos momentos...

Entonces llegó el Heraldo de marzo. “La oración frente a la adversidad” era la sección en la que aparecían testimonios de personas que utilizaron la oración científica como un medio para superar las catástrofes, y lo lograron. Eso, naturalmente, elevó mi pensamiento. Pero fue algo mucho más profundo y cálido lo que me sanó radical e instantáneamente de la depresión en que me hallaba. Fue el amor que rezumaban las páginas del Heraldo, el amor de alguien que “acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él” como cuenta la parábola del buen samaritano en la Biblia.

Las gracias que hoy doy al Heraldo, si bien no llevan las más lindas palabras, sí salen, en cambio, del fondo de mi corazón. “Cuando habla el corazón, por sencillas que sean las palabras, su lenguaje es siempre aceptable para quienes tienen corazón” (Escritos Misceláneos, por Mary Baker Eddy, pág. 262).


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