Ingresé a la Marina cuando tenía diecisiete años. Cuatro o cinco años después, mientras estaba en un destructor, tuve un ataque de apendicitis. Como sólo estaba el enfermero a bordo, me mandaron a un petrolero que estaba viajando con nuestra flota y que tenía un médico joven.
Éste me dijo: “Tienes apendicitis, y te vamos a operar”. Me dio una inyección en la columna para que no sintiera dolor durante la operación. Pero cuando trazó la línea donde iba a hacer la incisión, le dije: “Sentí lo que hiciste”. “No, no sentiste nada, no puedes sentirlo”, dijo, y empezó la operación.
Resultó que yo era inmune a la anestesia, así que, cuando empezó a operar, caí en un estado de shock que me produjo la muerte. De acuerdo con el enfermero y otras personas presentes, estuve muerto durante ocho minutos. Cuando estaba muriendo, los pude ver y oír. Ellos decían: “Está muerto”, y comenzaron a golpearme el pecho tratando de revivirme. “Se nos fue”, dijeron.
Pero yo me levanté de la mesa de operaciones. Ahora había dos “yo”. Para mí, esta no fue una experiencia fuera del cuerpo porque había dos cuerpos materiales — el cuerpo en que yo me movía y el que ellos veían. Ellos decían que estaba muerto, pero yo pensaba: “No, yo estoy vivo”.
Mucha gente dice que ha tenido experiencias fuera del cuerpo. En realidad no hay tal tipo de experiencia, porque uno no deja el cuerpo material hasta que supera la creencia de que es mortal.
Yo podía verlos y oírlos hablar en la sala de operaciones. Entonces me di vuelta y comencé a acercarme a una puerta que medía unos 5 metros de alto por otros 5 de ancho, que brillaba intensamente. Delante de la puerta había una persona de pelo largo, que me pareció una mujer.
Me acerqué a la puerta, intentando pasar al lado de la mujer, pero cuando yo me movía a la izquierda, ella se movía a la izquierda, y cuando yo me movía a la derecha, ella se movía a la derecha. No dijimos ni una sola palabra, pero ella no me dejaba pasar. Aparentemente, durante los ocho minutos que los médicos dijeron que permanecí muerto, estuve intentando pasar por la puerta. La mujer estaba a contraluz, así que no podía verle la cara.
Entonces oí que ellos decían: “Está reviviendo”, me di vuelta y miré, y dijeron: “Sí, está reviviendo”. Cuando desperté estaba en la cama en la sala de recuperación. Me habían quitado el apéndice, y pasé por el acostumbrado proceso de recuperación.
Durante esta experiencia, en ningún momento tuve conciencia de estar muerto. Y una de las cosas más interesantes fue que, cuando estaba caminando hacia la puerta, no tenía apendicitis.
Sentí el deseo de saber más sobre Dios, y la experiencia que narro a continuación me acercó aún más a la comprensión de Él. Estaba de servicio en otro destructor en los mares del Sur de China, cuando se me produjo una infección muy seria en los pies. Un día, mientras me vendaban, me di cuenta de que estaba harto de estar luchando contra esta enfermedad, así que decidí escribir a casa pidiendo mis libros de la Christian Science.
Cuando se está en una escuadra de barcos acompañando a un portaviones, el correo se manda a éste y de allí se envía por avión y se recibe por el mismo medio, por lo que la correspondencia tarda aproximadamente una semana. Así que pedí mis viejos libros de la Escuela Dominical — la Biblia y Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy.
Antes de realizar las maniobras para acercarnos al portaviones y recibir el correo en el que venían mis libros, el enfermero y el capitán bajaron a mi camarote para ver cómo estaba. Después de que salieron, fueron a una sala ubicada arriba de los dormitorios, y los escuché hablar a través de la rejilla de ventilación. El enfermero dijo: “Capitán, tenemos que sacarlo de acá, de lo contrario, va a perder los pies”, y decidieron que me llevarían al portaviones.
Al escuchar esto, golpeé en la rejilla y le pedí al capitán que bajara. En esa época, yo estaba encargado del armamento, y era el único con esa responsabilidad. Así que le dije: “Si me manda al portaaviones para que me lleven a tierra, ya no me mandarán de vuelta, pero si espera unos días, llegaremos a Japón, donde me puede enviar al hospital naval, y después me tendrá de regreso”. Estuvo de acuerdo. En el correo de ese día recibí mis libros.
Esa noche, hubo un torneo de póquer, por lo que el enfermero y su ayudante se olvidaron de cambiarme el vendaje. Así que abrí Ciencia y Salud y comencé a leer. Todo me resultaba tan familiar, que me sentí rodeado de amor. Después de leer un rato, me quedé dormido. Cuando desperté, mis pies estaban completamente sanos.
Esto causó un revuelo en todo el barco. Podía percibir el respeto y la curiosidad de la gente. Cuando estaba de vigía en el puente, los jóvenes marineros se me acercaban y preguntaban: “Jefe, ¿podemos ver sus pies?” No lo podían creer.
Todavía tenía muchas cosas por resolver, como el beber y el fumar. Esa fue una lucha que duró más o menos un año, pero pude superarlos mediante el estudio de la Christian Science.
Véase Ciencia y Salud, págs. 430-442.
Posteriormente me asignaron a la base de New London, Connecticut, en los Estados Unidos. Estando ahí, conducía los servicios de los domingos y los miércoles de la Iglesia de la Christian Science local. Allí tuve la siguiente experiencia.
Todos los años nos hacían un examen médico, que incluía el análisis de una muestra de piel para la detección de tuberculosis; y en esa ocasión en particular, el análisis dio positivo. Al poco tiempo recibí una llamada de un amigo mío, el jefe de enfermeros, que me dijo: “Howard, lamento tener que decirte esto, pero tienes tuberculosis. Debes venir y sacarte unas placas”.
Así que fui a que me tomaran radiografías de pecho. Mi amigo me llamó a los dos días y me dijo: “Tienes tuberculosis en ambos pulmones, y debes ir a un sanatorio”. Yo le contesté: “Voy a empacar”, y él dijo: “No, nosotros ya nos encargamos”.
Me trasladaron a una sala de aislamiento, y en el trayecto, basándome en un texto de Ciencia y Salud, pensé: “Estoy ante el Tribunal del Espíritu. ¡No tengo tuberculosis! La tuberculosis no existe en el Tribunal del Espíritu”.Escritos Misceláneos, pág. 185. Comprendí que la ley del bien de Dios era la única ley que me gobernaba, y eso para mí significaba que no podía tener ninguna enfermedad.
Unos 20 minutos después de haber llegado, me dijeron: “Vamos a sacarte otras placas de rayos X, para enviarlas contigo”. Así que me tomaron otra radiografía. Esperé, y después de unos 20 minutos me dijeron: “Tenemos que tomar otras placas porque algo anda mal”. Me sacaron las placas por tercera vez.
Las mentiras, errores y enfermedades del pasado, no existen en Dios
Después, el médico me llamó y me dijo: “Howard, quiero enseñarte algo. Aquí está el primer juego de placas que te tomaron, con tuberculosis en ambos pulmones”. En ellas él podía señalar las manchas; el segundo juego mostraba tejido cicatrizado; el tercero no mostraba nada. Él dijo: “Te puedes ir, ¡tú no tienes tuberculosis!”
Esto sucedió un miércoles, y esa noche, cuando salí a conducir el servicio de la Iglesia, el doctor, el enfermero y el capellán estaban sentados en la primera fila.
El capellán empezó a asistir todos los miércoles pues no podía ir los domingos. Y un miércoles dio un testimonio en el que dijo: “He sido testigo de muchas curaciones, y he oído sobre algunas otras. Ya no voy a estar de servicio en la Marina, de modo que regresaré a mi parroquia y voy a empezar a predicar. No voy a ser Científico Cristiano, pero voy a predicar la Christian Science desde mi púlpito”.
La experiencia de haber muerto nunca se alejó de mi pensamiento, y pocos años después de haberme retirado de la Marina, hace ya de esto casi treinta años, empecé a tener problemas al corazón. Me dolía el pecho todo el tiempo. Llamé a una practicista de la Christian Science y le pedí que orara conmigo para recuperarme.
Aunque la veía cada semana, orábamos juntos y le hablaba todos los días, sólo me daba esto para estudiar: “La renuncia a todo lo que constituye el llamado hombre material, y el reconocimiento y realización de su identidad espiritual como hijo de Dios, es la Ciencia que abre las compuertas mismas del cielo; de donde fluye el bien por todos los cauces del ser, limpiando a los mortales de toda impureza, destruyendo todo sufrimiento, y demostrando la imagen y semejanza verdaderas. No hay bajo el cielo otra forma por la cual podemos ser salvos y por la cual el hombre puede revestirse de poder, majestad e inmortalidad”.Ciencia y Salud, pág. 468.
Yo analizaba cada palabra del texto para ver si había referencias para estudiar en la Biblia o en los escritos de la Sra. Eddy. Quería comprender mejor lo que quería decir. Todos los días y en todo momento, leía y memorizaba este texto; y agregué esta frase de la misma página: “La voluntad de Dios, o el poder del Espíritu, se manifiesta como Verdad y mediante la justicia — no como materia o por medio de ella — y quita a la materia toda pretensión, capacidad o incapacidad, dolor o placer”.
A pesar de haber estudiado cada palabra del texto por un año, estaba peor. Entonces, un día, iba caminando por la plaza cerca de donde trabajaba, cuando dejé de respirar y me caí en un banco. Si alguna persona me vio, habrá pensado que descansaba al sol. Entonces pensé: “Me estoy muriendo, y esta vez voy a ver qué hay detrás de esa puerta”. Entonces el texto que había estudiado tanto, me vino al pensamiento bajo una nueva luz.
Hasta ese momento, yo había estado pensando en el hijo de Dios, pero no fue sino hasta ese instante que tuve la certeza de que yo mismo era el hijo de Dios. Empecé a pensar como Su hijo, con la Mente de Dios como mi mente; y vi el problema cardíaco como algo que simplemente no era verdad. ¡Había sanado! Desde entonces, nunca más tuve un problema al corazón.
Si comprendes esto, tampoco serán parte de tu futuro
Tal vez alguien piense que pasó mucho tiempo para que se efectuara esta curación, pero Dios mide el tiempo de acuerdo con el bien que va apareciendo en nuestra vida, así que yo no medía el tiempo que pasaba. Conforme centré mi atención en el bien que estaba llegando a mi vida, empecé a percibir que mi verdadero ser es espiritual. Y cuando se manifestó la curación, vi que era el resultado de mi creciente comprensión de que mi salud, que en realidad tiene su fundamento en el Espíritu, siempre había sido perfecta.
Esas experiencias me han servido mucho para ayudar a otras personas, porque sé que no hay muerte. El pecado y la enfermedad que la gente padece, siempre se basan en la premisa de que la vida va a terminar en muerte. Una vez que sabemos que no hay muerte, comprendemos que no hay condición que pueda conducir a la muerte. Es muy importante no tratar de sanar la materia física para prevenir la muerte. Como dice “la declaración científica del ser”: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia”. Significa Ciencia Cristiana. Pronúnciese crischan sáiens.
Si permanecemos en el infinito, la “totalidad” de Dios, entonces no hay pasado. Lo bueno del pasado existe ahora. Lo bueno del futuro existe ahora. Pero las mentiras del pasado, los errores del pasado, las enfermedades del pasado, no existen en Dios. Y si comprendemos esto, tampoco serán parte de nuestro futuro.
El saber que no hay muerte me ha ayudado a sanar a los demás. Como en el caso de una muchacha que actualmente está en la universidad, pero que cuando me llamaron para que la ayudara, era una niña de unos cinco años. Su padre me llamó y me dijo: “Mi hija está muy enferma, ¿tendrá tiempo de venir a verla?” Yo le dije: “Sí, sí puedo”. Él rompió a llorar, y le pregunté: “¿Qué pasa?” Él contestó: “Usted es el noveno practicista que he llamado. Ocho practicistas se negaron a tomar el caso”.
Así que fui a verla. Estaba paralizada y lo único que se movía era el pecho — una respiración apenas perceptible; no podía mover nada, ni siquiera los ojos.
Oré con la familia, y reflexionamos profundamente sobre el texto de Escritos Misceláneos que mencioné antes; además, leímos la Lección Bíblica. Como yo la veía como hija de Dios, para mí fue evidente que no debía temer que ella pudiera morir.
Iba a verla todos los días. Pocos meses después, ella empezó a moverse; y empezaron a sacarla de su cuarto sobre una colchoneta y a ponerla frente al televisor. Entonces ella decía: “No puedo enfocar bien la vista”; así que movían el televisor hacia adelante y hacia atrás hasta que podía enfocar bien. Así nos dimos cuenta de que sus ojos aún estaban paralizados.
En un mes, empezó a recuperar sus funciones; podía levantarse, y caminar un poco. Después de cuatro meses, pudo regresar a la escuela, con ciertas limitaciones, no podía hacer gimnasia, por ejemplo. Finalmente, se restableció por completo y, como dije, hoy en día está estudiando en la universidad con mucho entusiasmo.
Si alguien me preguntara: “¿Qué posición he de asumir ante la muerte?”, yo le diría: “Comprende que no puedes estar separado de Dios. Y cuanto más estrecha sea tu relación con Dios, más fácilmente podrás destruir el temor que dice que estás separado de Él. El nacimiento, el pecado, la enfermedad y la muerte, son la ilusión de que puedes estar separado de la Vida y el Amor divinos. Y esto no puede suceder, porque tú eres por siempre el hijo amado de Dios”.
