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La muerte no acabó con mi vida

Del número de octubre de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ingresé a la Marina cuando tenía diecisiete años. Cuatro o cinco años después, mientras estaba en un destructor, tuve un ataque de apendicitis. Como sólo estaba el enfermero a bordo, me mandaron a un petrolero que estaba viajando con nuestra flota y que tenía un médico joven.

Éste me dijo: “Tienes apendicitis, y te vamos a operar”. Me dio una inyección en la columna para que no sintiera dolor durante la operación. Pero cuando trazó la línea donde iba a hacer la incisión, le dije: “Sentí lo que hiciste”. “No, no sentiste nada, no puedes sentirlo”, dijo, y empezó la operación.

Resultó que yo era inmune a la anestesia, así que, cuando empezó a operar, caí en un estado de shock que me produjo la muerte. De acuerdo con el enfermero y otras personas presentes, estuve muerto durante ocho minutos. Cuando estaba muriendo, los pude ver y oír. Ellos decían: “Está muerto”, y comenzaron a golpearme el pecho tratando de revivirme. “Se nos fue”, dijeron.

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