Durante La Época en que la guerra de Vietnam estaba empezando a hacerse oír, el Tío Sam me requirió en sus filas. Y fui a Denver para que me hicieran un examen médico. Allí, los doctores me indicaron que saliera de la fila para que me sacaran otra radiografía.
Al final del día, me dijeron simplemente que tenía algo malo. Al día siguiente me llamaron para decirme: “La condición es muy grave, deberá consultar un especialista de pulmón inmediatamente”. Pensé que era algún tipo de resfriado difícil de curar. Yo pesaba unos 20 kilos menos de lo normal; era muy delgado. En realidad, lo que tenía era tuberculosis. Visité a varios médicos y finalmente terminé yendo a uno que, como descubriría más tarde, era probablemente una autoridad mundial en enfermedades pulmonares.
La cuestión es que los médicos comenzaron a hacerme gran cantidad de exámenes. Después de un par de semanas, fui a ver al especialista que supervisaba el tratamiento. Comenzó diciéndome con voz quebrada que era probable que no viviera mucho más de seis meses. Que aún si me internaba en un hospital donde pudiera obtener asistencia inmediata y reposo absoluto, de igual manera no llegaría a vivir más de dos años.
Yo acababa de salir de la universidad y estaba en el primer año de mi carrera profesional. La noticia me tomó de sorpresa. Cuando salí del consultorio, me paré en la puerta del edificio. Había visto lágrimas en los ojos del doctor y me preguntaba: “¿Qué voy a hacer?” Y estando parado allí, recordé que tenía un ejemplar de Ciencia y Salud. Sabía muy poco acerca de ese libro. La mejor amiga de mi madre era Científica Cristiana y también lo era una señora que trabajaba en casa. Lo único que sabía era que esa religión sanaba. Sentí que era la solución. Extraje Ciencia y Salud de la caja de libros que tenía y comencé a leerlo.
A mis padres nunca les había interesado todo esto. Yo había escuchado a mi madre decirle al ama de llaves que no me hablara de la Christian Science. Le dijo: “Lo único que logrará es alentar falsas esperanzas en Riley y lo va a confundir”. Yo estaba leyendo el libro pero no dejaba que me vieran hacerlo, por eso leía de noche y luego lo escondía debajo del colchón.
Pero Josephine era la que cambiaba las sábanas así que ella sabía que el libro estaba allí y debe haber supuesto lo que estaba sucediendo, pero nunca me mencionó nada. Un día, la amiga de mi madre vino a visitarme y mamá tuvo que ir a contestar una llamada telefónica y cuando salió le pregunté: “Mary Francis, dime, ¿cómo oras?”
Mary Francis dijo: “Lo primero que haces es pensar desde el punto de vista de tu perfección espiritual. Oras desde esa perspectiva. Eres el hijo perfecto de Dios”.
Mamá volvió enseguida y ése fue el fin de la conversación. Si bien había estado leyendo el libro de texto, debo admitir que me sentía ansioso. Lo estaba leyendo automáticamente y me di cuenta de que de ese modo no lograba nada. Necesitaba entender lo que leía.
Finalmente, llegué a la página 259. Fue uno de esos momentos en los que, de pronto, todo encaja mentalmente. Leí lo siguiente: “En la Ciencia divina, el hombre es la imagen verdadera de Dios. La naturaleza divina se expresó de la mejor manera en Cristo Jesús, quien reflejó más exactamente a Dios a los mortales y elevó sus vidas a un nivel más alto que el que les concedían sus pobres modelos de pensamiento — pensamientos que presentaban al hombre como caído, enfermo, pecador y mortal”. Con esto sí que me podía identificar. Lo leí y pensé: “Ese soy yo”. Me sentía definitivamente caído y enfermo, ya había tenido bastante de pecador y me estaba muriendo. Pero el libro continuaba diciendo: “La comprensión, semejante a la de Cristo, del ser científico y de la curación divina, incluye un Principio perfecto y una idea perfecta — Dios perfecto y hombre perfecto — como base del pensamiento y de la demostración”.
Lo único que sabía era que esa religión sanaba
Como dije antes, me identificaba con el hombre caído, enfermo, pecador y mortal y estaba harto de todo eso. A esta altura tuve que preguntarme a mí mismo: “¿Puedes realmente pensar desde el punto de vista de que eres el hijo perfecto de Dios y trabajar desde esta perspectiva?”
Primero me pareció bastante arrogante de mi parte decir eso, porque la enfermedad y el pecado me parecían tan reales como si fueran parte de mí. Empecé a ver con mucha más claridad que somos los hijos e hijas de Dios. Somos las ideas espirituales de Su creación y esa creación es perfecta y permanece así eternamente.
En ese momento yo no entendía lo que estaba sucediendo. Había un cambio en mi pensamiento. Había más energía y más luz. Esa es la mejor manera que tengo de explicarlo. La oscuridad o lo incierto del porvenir comenzó a desaparecer. Me molestaba sobremanera permanecer en cama todo el tiempo. Quería levantarme.
Algunos días más tarde el doctor de cabecera, que vivía en la casa vecina y conocía la situación, comenzó a decirme que le preocupaba lo que veía en las radiografías y que tenían que seguir haciéndome exámenes. Me dijo: “No entendemos lo que está sucediendo, pero queremos observarlo de cerca”. También expresó: “Tal vez le podríamos administrar algún medicamento y algunos antibióticos”. Pero no estaban muy seguros, y finalmente tomaron la decisión de no darme ninguna medicina y solamente observar lo que estaba ocurriendo.
Creo que fue dos semanas después de esto que me enviaron a ver un tercer médico, quien nuevamente me mandó exámenes y una revisión. Cuando terminó me dijo: “No entiendo lo que pasa. Hace ciento veinte días, más o menos, cuando comenzaron a sacarle radiografías, usted estaba en el umbral de la muerte. Sé que estas radiografías son suyas porque reconozco la fisura en la clavícula. Pero en este momento usted es la persona más sana que he visto en mucho tiempo”.
Debo decir que yo no estaba sorprendido sino realmente aliviado al oír esto.
Le dije: “ ¿De veras?”
Me contestó: “Sí, pero no lo entiendo. Es milagroso, porque algo más ha sucedido, y es que no hay tejido cicatrizado. Lo que me hace dudar de que haya sido tuberculosis, pero yo lo hubiera diagnosticado como tal y todavía lo haría”. La cuestión es que había sanado por completo.
Todos estábamos felices y a mis padres se les hizo evidente mi mejoría. Creo que tal vez pensaron que podría haber sanado de todas maneras; existía mucha oposición hacia la Christian Science. Aprendí que es necesario crecer espiritualmente No tiene ninguna importancia quiénes somos o cuál es la situación a resolver. El libro de texto de la Christian Science trae al pensamiento la luz del Cristo. Puede que la curación no venga de un día para el otro y que usted se encuentre algunas veces enfrentando circunstancias atemorizantes, pero le aconsejo persistir. Yo lo hice y sané.
