A Menudo calificamos las palabras como hirientes, cortantes, punzantes u ofensivas; aunque las palabras en sí mismas no tienen poder para hacer daño. Más bien, estamos sintiendo los pensamientos de la persona que las dijo; o sentimos la aspereza de nuestro propio pensamiento, reaccionando a lo que se ha dicho. Puede que creamos que tenemos derecho a sentirnos heridos, pero no sirve de nada aferrarse al mal que se nos ha hecho (ya sea real o imaginario); por el contrario, comprender el poder espiritual del perdón, es un medio para trasformar y sanar.
En una ocasión, a Cristo Jesús se lo llamó “hombre comilón, y bebedor de vino”, Véase Mateo 11:19; 12:24. que servía a Beelzebú (Satanás). Sus oponentes incluso trataron de atraparlo a través de las palabras que decía, o tergiversar el significado de las mismas. Algunas veces, Jesús reprendió a sus críticos muy directamente, pero sus acciones siempre coincidían con sus enseñanzas del Sermón del Monte. Véase Mateo caps. 5-7. Allí, él habló de bendecir a los que nos maldicen, hacer el bien a los que nos aborrecen, y orar por los que nos ultrajan y nos persiguen. Véase Mateo 5:44.
A Saulo de Tarso se lo conocía por la crueldad con que trataba a los cristianos. Sin embargo, después de su conversión al cristianismo, Pablo (como se le conoce desde entonces) escribió extensamente sobre el compañerismo entre los cristianos, animándolos a seguir el camino del Maestro Cristo Jesús. Él predicó el amor, el perdón y la buena voluntad fraternal. Si bien estas cualidades divinas se vieron personificadas en la breve carrera de Jesús, siempre se pueden sentir a través del Cristo, la idea de Dios, que Jesús representó. Pablo instó a sus compañeros cristianos diciendo: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Filipenses. 2:5.
Después de un encuentro muy difícil con un pariente, me sentí profundamente herida, y me pregunté si nuestra relación no se habría dañado irreparablemente. Me di cuenta de que pensaba continuamente en lo ocurrido, incapaz de liberarme del tormento. Entonces abrí Ciencia y Salud y encontré estas palabras: “Declarad que no estáis lesionados y comprended el porqué...”Ciencia y Salud, pág. 397. El contexto en el que la Sra. Eddy da este consejo habla sobre cómo debe uno responder cuando ocurre un accidente. Pero conforme pensaba en lo que ella dijo, sentí que no era difícil extender su significado y aplicarlo a mi situación.
Puse en práctica esta instrucción, declaré que no estaba herida y traté de comprender el porqué, basado en la totalidad de Dios. Comprendí que a pesar de lo mal que me sentía, tenía en mi corazón el profundo deseo de perdonar. Pensé que esto era un impulso divino, un mensaje angelical, y lo seguí. El perdón es algo natural en nosotros, porque expresa la bondad y el amor de Dios, cualidades que constituyen el hombre como la imagen de Dios. El perdón y el sentirse herido no pueden estar en nuestro pensamiento simultáneamente, porque son de naturalezas opuestas; así que decidí ampliar en mi pensamiento el perdón. Pensé en la instrucción que Jesús le dio a sus discípulos de perdonar no solo siete veces, sino “aun hasta setenta veces siete”. Mateo 18:22. ¡Seguramente yo podría perdonar una vez, aunque más no fuera!
Entonces recordé que Jesús podía sanar porque veía al hombre como Dios lo había hecho — como un ser perfecto, no imperfecto y pecador. Cuando vi a mi pariente bajo esta luz de perfección, me di cuenta de que no había nada que perdonar. El hombre perfecto de Dios nunca podría haber deseado herir o lastimar, por lo tanto, nunca lo había hecho. El haber mantenido el concepto verdadero del hombre en mi conciencia, había erradicado toda creencia de mal comportamiento — cualquier creencia de que hubiera una víctima o un verdugo. ¡Había sanado! Me sorprendió que el cambio en el pensamiento ocurriera tan rápido. Traté de volver a tener esa sensación de haber sido herida (no me enorgullezco de esto), pero ya no existía; en su lugar sentía amor puro y perfecto hacia esta querida persona, y nada más. Está demás decir que esto fortaleció enormemente la armonía de la relación.
El actuar mal no le pertenece a la verdadera naturaleza de nadie. Ver al hombre como la semejanza de Dios no significa ser indiferente o ignorar el mal. No ignoramos ni el mal comportamiento nuestro ni el de los demás; por el contrario, lo enfrentamos para resolverlo. A través de la oración podemos abandonar nuestra creencia de que los hijos de Dios puedan tener malentendidos, y así, perdonar. Cada vez que elegimos este tipo de oración para resolver las relaciones discordantes, contribuimos a que se destruya la creencia de que el hombre pueda ser un instrumento del mal. Nuestra oración puede afirmarnos en la verdad acerca del hombre como Dios lo creó: para que amara y fuera amado.
Refiriéndose a la evolución del concepto de Dios en la Biblia, Ciencia y Salud dice: “Ese concepto humano de la Deidad se somete al concepto divino, lo mismo que el concepto material respecto a la personalidad se somete al concepto incorpóreo respecto a Dios y al hombre como Principio infinito e idea infinita — como un solo Padre con Su familia universal, unidos en el evangelio del Amor”.Ciencia y Salud, pág. 576. Todas las relaciones de los hijos de Dios, con Él y entre ellos, tienen su base en Dios. Somos Sus hijos e hijas, coexistiendo con Él en unidad y hermandad. Por medio de la Christian Science podemos demostrar esta verdad, y probar que es la ley que gobierna la experiencia humana.
Así que, ¿qué hacemos cuando sentimos que hemos herido seriamente a alguien con nuestras palabras? El poder del Cristo, que siempre está presente, y que redime y salva, puede corregir cualquier equivocación cuando humildemente recurrimos a él. Y el efecto de la oración, basada en una comprensión del gobierno del Amor, puede ir más allá de una simple reparación del daño. ¿Por qué conformarse con sólo salvar la situación cuando podemos rejuvenecer o revitalizar nuestras relaciones? La oración puede establecer en nuestro pensamiento un concepto más elevado de la familia universal del Amor. Todos los afectados por la situación pueden ser liberados de las falsas creencias de injusticia u ofensa, hechas a ellos o por ellos. El hombre no es un mortal sufriente y vulnerable, sujeto a pensamientos de crítica o crueldad (propios o de otra persona). El hombre es la idea espiritual de Dios, amada y armoniosa.
El hombre no es un mortal sufriente y vulnerable
En el campo de las opiniones humanas, no siempre vamos a encontrar que las personas están de acuerdo; pero motivados por el amor y la buena voluntad hacia nuestros semejantes, podemos abandonar nuestra opinión personal y esforzarnos por ver nuestras relaciones bajo el gobierno del Amor divino. La Christian Science transforma la vida de las personas por medio de la comprensión de Dios, la Mente, como “El único Yo, o Nosotros...” Ibid., pág. 591. Conforme renunciemos al falso concepto de un ego personal y al orgullo humano, reconociendo que somos el reflejo del único Ego divino, podremos renovar las relaciones sin importar cuál sea la injusticia que creamos que se ha cometido. Si pensamos que nuestras palabras pueden ser malinterpretadas, podemos pensar en Dios como el gran intérprete, que comunica a Sus hijos sólo lo que es bueno y verdadero. Si subordinamos el concepto humano de las cosas al concepto divino, gustosamente abandonaremos nuestro punto de vista y aceptaremos Su interpretación correcta y gloriosa. Esto es ser receptivo a la actividad del Cristo en la conciencia.
La influencia del Cristo en el pensamiento es santa, redentora y salvadora. En anglosajón, las palabras santidad y salud tienen la misma raíz. En la medida que nuestros pensamientos sean santos, el cuerpo, que es una manifestación del pensamiento, expresará salud e integridad; por lo que, tener pensamientos semejantes al Cristo, bendice nuestro cuerpo. La Biblia se refiere a esta verdad cuando dice: “Porque: el que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño”. 1 Pedro 3:10.
Cuando humildemente buscamos la ayuda divina para mejorar nuestra capacidad de comunicación, podemos orar como David: “Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza”. Salmo 51:15. Y podemos estar seguros de que nuestra oración tendrá respuesta, si realmente expresa el deseo de nuestro corazón. Veremos que cada vez más, nuestra comunicación está correctamente motivada por el amor y la buena voluntad. No diremos chismes ni criticaremos, sino que compartiremos las buenas nuevas; y sabremos que no podemos ser heridos por las palabras de los demás.
