Una Mañana descubrí que tenía un bulto en un seno. Eso me produjo mucho temor y preocupación por lo que podría sucederme. Sin embargo, deseaba vivir y aprender las lecciones espirituales que Dios me podía enseñar. Tenía la convicción de que El me amaba y me guiaría.
Puesto que consideraba que este problema era demasiado para mis oraciones, le pedí a Dios, por primera vez, que me enseñara a orar.
Comencé a considerar la oración de forma diferente, a ver que es el poder de Dios el que produce la curación, y que yo no tenía que luchar con el problema sola. Ésa fue una gran lección para mí.
Decidí pedir ayuda a un practicista de la Christian Science. Mi esposo, que también oró por mí, encontró la siguiente declaración en la Biblia, que me resultó de gran ayuda, pues apoyó mi nuevo entendimiento de cómo la ley del amor de Dios rodea mi ser: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Salmo 119:97). Comencé a llenar mis días con el reconocimiento de la ley del amor de Dios. Nada más me gobernaba. Dejé de sentir temor. Mi convicción del amor de Dios creció, sentí un gran gozo y la absoluta convicción de que la curación era inevitable, aun cuando todavía tenía el bulto.
Muy pronto, el bulto se disolvió. Ya han pasado dos años desde aquella preciosa curación, que me dio un nuevo concepto de lo importante que es la humildad para la curación y para obtener un mejor entendimiento de la ley del amor absoluto de Dios. Estoy profundamente agradecida por este nuevo entendimiento. La certeza, la convicción y la expectativa de la curación vinieron de Dios, al igual que la curación misma.
Bloomfield Hills, Michigan, EE.UU.
