Para Mí era evidente que la tensión entre mamá y papá aumentaba. De niña, todas las noches a la hora de cenar me preguntaba si se irían a separar.
No hablaban de eso delante de mí, pero yo lo sentía. En aquel entonces no se acostumbraba hablar de esas cosas con los hijos. Se pensaba que era mejor preservar su inocencia y protegerlos de las duras realidades de la vida.
Sin embargo, esa noche de verano, mamá rompió con las costumbres. Papá ya se había levantado de la mesa, y ella y yo estábamos solas sentadas en el porche de atrás, junto a cáscaras de sandía y vasos de limonada helada. No recuerdo si le pregunté qué estaba sucediendo, pero sí recuerdo que ella me dijo: “Laura, no te preocupes. Nunca me voy a divorciar de tu padre”.
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