Hace Un Tiempo, comencé a orar más específicamente por la familia, la comunidad en la que vivimos, y el mundo en general. Comencé a orar tratando de sanar, por lo menos en mi propio pensamiento, algunos de los problemas que está enfrentando el mundo. Mis oraciones se centraron especialmente en las necesidades de los niños.
Al principio me sentí inepta para ayudar a encontrar una solución real a esas necesidades o siquiera obtener cierto consuelo con mis oraciones. No obstante, me esforcé para que mis pensamientos reflejaran lo que yo sabía que era la verdad acerca del hombre. Para Dios cada uno de Sus hijos es inocente, puro, espiritual, rodeado de Su amor, sin ningún sentido del mal. También sabía que la desesperanza, la ira y la violencia, negaban la presencia y el amor de Dios. Puesto que esas negaciones implicaban que hay vida separada de Dios, tenían que ser una mentira acerca de Él y Su creación.
Pensé que cada uno de los hijos de Dios ya es completo y maduro. Llegué a percibir la bondad y perfección inherentes de cada uno de nosotros porque somos los hijos e hijas de Dios. Me di cuenta de que para liberarnos de los clichés y los estereotipos sobre la edad, cualquier edad, se tiene que producir un cambio fundamental en la opinión que tiene una persona sobre el hombre y la mujer, o sea tiene que pasar de lo mortal a lo espiritual. Para ello hay que elever el pensamiento por encima de lo que parece ser, a lo que verdaderamente es.
Es nacesario cambiar nuestra manera de pensar.
Es necesario desafiar y vencer las creencias negativas que se le imponen a la gente en los distintos grupos de edades, ya sean niños pequeños, adolescentes o personas mayores. Y el desafío comienza en nuestro propio pensamiento. Ése es el único lugar donde puede existir ese tipo de creencia limitante. Y la oración sanadora reemplaza esas creencias falsas con la verdad sobre lo que Dios crea.
Yo ansiaba poder ayudar a los jóvenes, y como resultado de mi oración, pregunté acerca de la posibilidad de enseñar en la Escuela Dominical de la iglesia filial a la que asisto. Resultó que justamente necesitaban una maestra y encantados me ofrecieron el puesto.
La enseñanza fue una bendición y un servicio, no sólo para la iglesia sino también para los niños. Yo apreciaba mucho la receptividad al Cristo y el pensamiento inquisitivo de los estudiantes, y me daba mucha inspiración ver la manera en que aplicaban lo que estaban aprendiendo en su vida diaria. Durante la clase contaban de las curaciones que tenían, de los problemas que resolvían en la escuela, especialmente de los exámenes y la presión de sus compañeros. Por ejemplo, los médicos le habían diagnosticado mononucleosis a uno de los alumnos, y sanó en menos de una semana mediante la oración, con la ayuda de un practicista de la Christian Science.
Mi oración sincera para ayudar a los niños, fue contestada de una manera muy concreta, pudiendo guiar la búsqueda espiritual de algunos jóvenes. Y yo aprendí que Dios nos guía tiernamente a todos a hacer lo que nos va a bendecir a nosotros y a quienes nos rodean.
Instruye al niño en su camino,
y aun cuando fuere viejo
no se apartará de él.
Proverbios 22:6
