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Oremos por los niños

Del número de julio de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Un Tiempo, comencé a orar más específicamente por la familia, la comunidad en la que vivimos, y el mundo en general. Comencé a orar tratando de sanar, por lo menos en mi propio pensamiento, algunos de los problemas que está enfrentando el mundo. Mis oraciones se centraron especialmente en las necesidades de los niños.

Al principio me sentí inepta para ayudar a encontrar una solución real a esas necesidades o siquiera obtener cierto consuelo con mis oraciones. No obstante, me esforcé para que mis pensamientos reflejaran lo que yo sabía que era la verdad acerca del hombre. Para Dios cada uno de Sus hijos es inocente, puro, espiritual, rodeado de Su amor, sin ningún sentido del mal. También sabía que la desesperanza, la ira y la violencia, negaban la presencia y el amor de Dios. Puesto que esas negaciones implicaban que hay vida separada de Dios, tenían que ser una mentira acerca de Él y Su creación.

Pensé que cada uno de los hijos de Dios ya es completo y maduro. Llegué a percibir la bondad y perfección inherentes de cada uno de nosotros porque somos los hijos e hijas de Dios. Me di cuenta de que para liberarnos de los clichés y los estereotipos sobre la edad, cualquier edad, se tiene que producir un cambio fundamental en la opinión que tiene una persona sobre el hombre y la mujer, o sea tiene que pasar de lo mortal a lo espiritual. Para ello hay que elever el pensamiento por encima de lo que parece ser, a lo que verdaderamente es.

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