Durante Muchos años trabajé como diseñador de disyuntores eléctricos. Me encantaba mi trabajo porque me gustaba hacer que las cosas funcionaran. Usaba varias leyes fundamentales de la física y las matemáticas para hacer diseños que tenían aplicación práctica.
El diseño debía probarse y pasar las pruebas antes que pudiera considerarse terminado. Yo apreciaba las pruebas porque me daban la tranquilidad de saber si el diseño era correcto o no. Cuando las pruebas salían bien quería decir que los principios utilizados eran correctos y que los entendía bien.
Sin embargo, cuando algo no funcionaba, el diseñador debía volver atrás y corregir el error. Era entonces cuando el ego personal a veces se interponía. Como yo pensaba que era un buen ingeniero, ocasionalmente trataba de apoyarme más en mi opinión personal que en la ciencia para resolver algún problema. Hacía la prueba esperando que me diera la razón a mí. Cuando la prueba indicaba que el diseño no funcionaba, recién entonces yo volvía a la realidad. Comprendí que debía aprender a hacer a un lado mi ego y recurrir a los principios ya probados. Siempre que aplicaba los principios correctos, todo salía bien. Si no los aplicaba, mi diseño no era confiable.
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