Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

La pureza trae curación física

Del número de julio de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace seis años, descubrí que me habían salido varios bultos debajo de los brazos. Aunque no me dolían, sabía que no era bueno que los tuviera. Le pedí a un practicista de la Christian Science que orara conmigo.

Estudié referencias de la Biblia y de Ciencia y Salud. Un pasaje me indicó claramente que debía mantener mi pensamiento puro en todo momento, sin tener en cuenta lo que estaba sucediendo: “Es la espiritualización del pensamiento y la cristianización de la vida diaria, en contraste con los resultados de la horrible farsa de la existencia material; es la castidad y pureza, en contraste con las tendencias degradantes y la gravitación hacia lo terrenal del sensualismo y de la impureza, lo que realmente comprueba el origen y la eficacia divinos de la Ciencia Cristiana” (Ciencia y Salud, pág. 272).

Comencé a orar para limpiar mi pensamiento de todo resentimiento. Esto fue maravilloso, porque me hizo progresar y sentirme liberada. Durante esa época tomé la decisión de aprender todo lo que pudiera de mi relación con Dios.

Recuerdo que oraba día y noche en busca de consuelo, paz y respuesta a muchas preguntas que tenía. A medida que oraba percibí que si bien el perdón de los demás era un paso crucial para reconocer mi salvación, no era el último paso que debía dar para obtener completa paz respecto a mi vida.

Había aprendido que como Dios me había creado y Él era puro y sin pecado, yo, por ser Su hija, debía ser también pura y sin pecado. Continué razonando que todos los hijos de Dios igualmente creados por Él, eran puros y sin pecado. A fin de escapar del temor y la ansiedad que había estado sintiendo, tenía que ver más allá de la mentira de que Dios me podía hacer pecar o sentir enferma. En lugar de quedarme atrapada temiendo por los bultos que tenía, me esforcé por ver que yo y los demás fuimos creados por Dios. Éste era un punto de vista más puro y me hizo sentir más tranquila.

Los bultos no desaparecieron de inmediato. El practicista y yo continuamos orando todos los días. Le mencioné que tenía una fiesta y que iba a usar un vestido que no cubriría esos bultos. No recuerdo lo que me contestó, pero recuerdo que me sentí en paz cuando colgué el teléfono después de hablar con él. Ese mismo día, fui a correr a un parque cercano.

Mientras corría (y oraba) me vino al pensamiento la siguiente cita de Ciencia y Salud: “Sea cual fuere vuestro deber, lo podéis hacer sin perjudicaros” (pág. 385). Fue como si finalmente me hubieran explicado un problema de matemáticas que no lograba entender, de una manera que yo sí podía comprender. En ese breve momento, vi que podía vivir como Dios me estaba mandando que viviera: libre. Me liberé del temor de que mi vida pudiera estar en peligro. Supe, con toda confianza, que nada me podía impedir que comprendiera lo que era la pureza o que fuera pura.

Los tumores pronto desaparecieron y no he tenido efectos secundarios.

Amo a Dios y me esfuerzo a diario por escuchar y ser obediente a Su dirección. Estoy muy agradecida por el amoroso practicista que me alentó constantemente a confiar en Dios, aun cuando por momentos me parecía muy difícil hacerlo.


Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / julio de 2001

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.