Durante el verano, estaba cenando con mi esposa y una muy querida amiga que habíamos invitado a casa, cuando sufrí una hemorragia intestinal. Esto me sorprendió porque era algo totalmente nuevo para mí y nada me hacía pensar que tal cosa pudiera ocurrir. Continué con la reunión, pero más tarde, cuando fui al baño, la hemorragia se presentó nuevamente. Oré para ver que mi salud estaba sostenida por Dios y que Él no había creado ninguna desarmonía que pudiera obstaculizar mis actividades normales.
Esa noche pareció quedar superado el contratiempo, pero al otro día la experiencia se repitió. Y a los pocos días, durante la noche, la situación se agudizó. Tres hemorragias seguidas me dejaron exhausto y perdí el conocimiento.
Cuando volví en mí, mi esposa se había comunicado con una practicista para solicitarle asistencia mediante la oración. Supe después que la practicista le aseguró en aquel momento que Dios gobernaba toda la situación, y le pidió que la llamara en quince minutos, con la seguridad de que la curación era inevitable. Cuando al cuarto de hora volvió a llamar, yo ya había recuperado el conocimiento y había dejado de sangrar. Me invadió una gran paz y sentí la enorme satisfacción de saber que los pasos que mi esposa había dado eran los correctos y que estaba recibiendo la atención adecuada, necesaria y oportuna. Sentí a Dios muy cerca de mí.
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