En 1983, recién divorciada y con un bebé, me encontraba sola viviendo en Suecia, a 4.500 km de mi querida familia y amigos. La situación se hizo más difícil cuando mi hijo contrajo un virus al contagiarse de una niña que vino de visita a casa. Esto le causaba diarrea, vómitos y alta temperatura. Unos amigos me ayudaron, pero, aún así, el problema no me dejaba concurrir todos los días a la escuela donde me desempeñaba como maestra, y los padres de los alumnos estaban muy descontentos conmigo.
Ocho meses después, mis padres me vinieron a visitar para ayudarme. Poco antes de que ellos llegaran, una compañera de trabajo me preguntó qué me pasaba pues se me veía muy cansada. Cuando le conté, me invitó a su casa para charlar. Me pasé una tarde completa con ella. No recuerdo hoy lo que hablamos, sólo sé que volví a mi casa con un sentido del gran amor de Dios por la humanidad. Esta compañera me había dado a conocer la Christian Science.
A partir de ahí mi vida comenzó a cambiar. Mi amiga me prestó una Biblia y yo compré Ciencia y Salud, mi hijo pronto mejoró y las cosas se fueron solucionando poco a poco.
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