El 10 De Abril De 1997, unos agentes de seguridad de Nigeria, me arrestaron sin motivo. Un coche blanco grande se detuvo frente a mí, bajaron cinco hombres vestidos de civil, y sin una palabra me esposaron. Se negaron a escucharme. Me llevaron a las oficinas de la policía y me acusaron de tráfico de drogas, asalto a mano armada, y otros cargos. Estaba oficialmente detenido.
En la celda recordé las pruebas que Pedro enfrentó: “Le dijo el ángel: Cíñete, y átate las sandalias. Y lo hizo así. Y le dijo: Envuélvete en tu manto, y sígueme” (Hechos 12:8). Cuando Pablo estaba en prisión, él y Silas “cantaban himnos a Dios”, y los magistrados los liberaron. Luego el carcelero dijo: “así que ahora salid, y marchaos en paz (véase Hechos 16:23-36). Y Ciencia y Salud, afirma: “La ley de la Mente divina tiene que acabar con la servidumbre humana...” (pág. 227). Mientras oraba, todas estas verdades espirituales inundaron mi pensamiento. Mi familia no se enteró dónde estaba hasta el día siguiente. Mis empleadores comenzaron a buscar alguna forma de liberarme, pero la policía se negaba a hacerlo.
Retrasaron mi liberación y al día siguiente revisaron mi casa. Aunque no encontraron nada, a cada minuto me amenazaban con sentenciarme a prisión. Yo continuaba orando por la situación. En la celda, los prisioneros fueron muy cordiales conmigo, y se negaron a que hiciera trabajo forzado. En lugar de eso me dijeron que fuera su “hombre de oración”. La policía me liberó al día siguiente, y no hubo más consecuencias.
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