Hace aproximadamente 8 años, tenía problemas con mi visión. Cuando quería buscar un número telefónico tenía que hacerlo al rayo del sol, y por la noche al manejar en la ruta, me costaba trabajo ver la línea blanca del pavimento.
Mi familia me aconsejó usar lentes. Pero yo tenía la profunda convicción de que para Dios no hay nada imposible. Además, la promesa de Cristo Jesús, “El que en mí cree las obras que yo hago, él las hará también” (Juan 14:12), me dio el ánimo que necesitaba para poder resolver el problema por medios espirituales.
Encontré además inspiración en esta definición que da Ciencia y Salud: “Ojos. Discernimiento espiritual — no material, sino mental”.
Hace poco, cuando se venció mi libreta de conducir, de la Intendencia Municipal me mandaron a que me hiciera el examen médico en una mutualidad. Cuando llegó mi turno, la oculista me dijo enérgicamente: “No puedo darle la libreta ni por un día, ya que tiene miopía muy avanzada. Usted es un peligro en la calle”. Y me recomendó que fuera a una óptica para hacerme lentes.
Salí muy molesto de la mutual. Entonces, hablando con un cliente en mi trabajo, me recomendó un hospital cercano donde podía hacerme otro examen de la vista. Pagué nuevamente la consulta, y como tenía como una hora de espera me senté y empecé a orar. Allí, me vino al pensamiento esto que Jesús había dicho: “Si la luz que en ti hay es tinieblas, cuántas no serán las mismas tinieblas” (Mateo 6:23), lo que me llevó a pedirle al Padre que me ayudara a echar de mí las tinieblas del mal carácter, la crítica negativa, la justificación propia y el orgullo. Con la oración fui viendo más claro que tenía que reconocer a Dios como nuestro Padre, y a todos nosotros como sus queridos hijos, sin acepción de personas.
Cuando entré al consultorio, la oculista me hizo un examen más complejo que el anterior, y al terminar me dijo: “Le voy a dar la libreta por 5 años que es el máximo para su edad”. Esto era prueba de que mi vista era ahora normal.
Me regocijé sabiendo que Dios es todo el poder. Pude ver que cuando Jesús dice: “Sed pues vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48), también implica que si hemos de vernos a nosotros mismos como hijos perfectos de Dios, también tenemos que ver a nuestro prójimo de la misma manera.
Montevideo Uruguay