Camino apresurada, casi corriendo, aferrada a la mano suave, pero firme, de mamá. El campo duerme al calor asfixiante del sol norteño. Los yuyos secos crujen bajo mis pasos y algún abrojo muerde, sin compasión, mis pies apenas cubiertos por el calzado humilde.
Pero casi no lo noto. El ansia por llegar aumenta a medida que el canto del río se eleva por encima de las voces de mis hermanos que marchan adelante, corriendo y empujándose entre risas.
El monte túnel nos da la bienvenida con su espesa frescura tan anhelada durante el camino. En su interior, el agua clara del río salta unos metros entre las piedras y luego se hace dócil, como un niño cansado, aquietándose por fin bajo la caricia de los sauces.
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