Camino apresurada, casi corriendo, aferrada a la mano suave, pero firme, de mamá. El campo duerme al calor asfixiante del sol norteño. Los yuyos secos crujen bajo mis pasos y algún abrojo muerde, sin compasión, mis pies apenas cubiertos por el calzado humilde.
Pero casi no lo noto. El ansia por llegar aumenta a medida que el canto del río se eleva por encima de las voces de mis hermanos que marchan adelante, corriendo y empujándose entre risas.
El monte túnel nos da la bienvenida con su espesa frescura tan anhelada durante el camino. En su interior, el agua clara del río salta unos metros entre las piedras y luego se hace dócil, como un niño cansado, aquietándose por fin bajo la caricia de los sauces.
El sol, allá fuera, castiga en vano las copas de los árboles. No se siente el verano a la sombra del monte. Yo sé que mamá, muy sabiamente, no emprenderá el regreso hasta la tarde, cuando la brisa del sur temple el rigor de enero.
¡Cuánta confianza en la sabiduría materna!
Ella, mientras tanto, es feliz contemplando a los niños jugar en el río generoso de camalotes y peces.
Mucho tiempo después, cuando he tenido que enfrentar dificultades aún más hirientes que los abrojos de verano de mi infancia, ha vuelto a hacerse nítido el recuerdo de esos años pasados en el campo. Al recurrir a la guía divina para poder superarlas, he sentido nuevamente la seguridad inocente de que todo está bien, que aunque el camino parezca espinoso, puedo confiar en que Dios está conmigo, acompañándome a cada paso; que la meta, la curación o el triunfo de la armonía, está más cerca de lo que parece. Y esa confianza en Su amor maternal siempre ha estado justificada. Cada vez que logro la curación, siento que llego al resguardo perfecto de la oración respondida. Al lugar donde es posible estar en paz nuevamente.
Aunque el camino parezca espinoso puedo confiar en que Dios está conmigo
Semejante al monte acogedor del verano de mi niñez, mi refugio contra los rigores de la existencia humana es el Amor siempre disponible de Dios. Voy a Él en las mañanas, cuando al despertar sé que se extienden ante mí largas horas de trabajo; durante el día, entre llamadas telefónicas, recetas de cocina, limpieza de la casa y todo lo que exige la vida en familia; y por la noche, cuando la ciudad se aquieta, hablo con mi Padre celestial de la manera confiada e íntima con que lo hacía con mi madre.
A través de muchas experiencias, aprendí que Dios siempre está conmigo. Que solamente necesito acceder al aposento íntimo de la oración del que nos habló Jesús: “...cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”, Mateo 6:6. para estar en audiencia con el Espíritu.
Mary Baker Eddy ilumina de manera magnífica esta frase al decir: “El Padre en secreto es invisible a los sentidos corporales, pero sabe todas las cosas y recompensa según los móviles, no según las palabras. Para entrar en el corazón de la oración, la puerta de los sentidos errados tiene que estar cerrada. Los labios tienen que enmudecer y el materialismo callar, para que el hombre pueda tener audiencia con el Espíritu, el Principio divino, o sea, el Amor, que destruye todo error”.Ciencia y Salud, pág. 15.
Como la niña de hace tanto tiempo, me dejo llevar por la mano sabia de mi Padre. Él sabe mucho mejor que yo el camino a seguir. El lugar donde está la sombra fresca en el verano, o la vereda del sol, en el invierno. Aferrada a Su mano, he visto desaparecer una persistente enfermedad que tuve en los pies.
Sucedió que de pronto, comenzaron a aparecer heridas sumamente dolorosas en mis pies, que me impedían caminar normalmente. Recurrí a la oración. No obstante, esta situación se prolongó por algunos años sin que experimentara mejoría alguna. Durante ese lapso, debí privarme hasta de concurrir a la playa, a pesar de vivir a escasas cuadras del lugar.
Fue justamente durante ese período que me dieron la oportunidad de integrar el Comité Institucional para llevar los servicios religiosos de la Christian Science a un establecimiento penitenciario. Acepté, al principio con renuencia, debido a que ignoraba todo lo concerniente a esa labor. Pero luego resultó una de las experiencias más hermosas de mi vida. Éramos recibidos amorosamente por el pequeño grupo de prisioneros, y los jueves se convirtieron en un día de fiesta para internos y visitantes.
Entonces pensé que yo también, al compartir las verdades de la Christian Science, estaba haciendo lo que nos dice Isaías en el capítulo 52:7. “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: Tu Dios reina!” Por lo tanto, yo también tenía el derecho a tener pies “hermosos”, ya que ésa es una promesa divina y por lo tanto intemporal, que no excluye a nadie.
Poco tiempo después, mis pies sanaron por completo. Han pasado diez años desde esa época y el problema no volvió a repetirse jamás.
También he tenido otras manifestaciones del cuidado de Dios, como cuando superamos inconvenientes económicos que parecían insuperables, y recuperamos la armonía cuando, a causa de la adicción a las drogas por parte de dos de mis hijos, la armonía de nuestra vida en familia estuvo amenazada. Durante ese período tan difícil, las palabras de Jesús tuvieron el mismo significado que la frescura del monte de mi niñez: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre-Madre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. Juan 10:27 — 29.
¡Qué inmenso consuelo fue ir entendiendo que no sólo yo, sino también mis hijos, estaban aferrados a la mano Paterna! Y que ninguno de ellos podía ser arrebatado o separado del cuidado del Amor divino. La comprensión de que no podían ser despojados de la inocencia que Dios les había dado, fue restituyendo, poco a poco, la armonía que parecía perdida, y la curación de ambos fue la confirmación de esa promesa bíblica.
Como resultado de la oración, hallamos nuevamente la confianza recíproca que faltaba en nuestra relación de familia. Fue como entrar una vez más al monte de mi niñez. Atrás quedaron las espinas del desaliento y el calor quemante de las lágrimas. De la mano de nuestro Padre-Madre, penetramos en la frescura reconfortante de la curación y comprobamos, una vez más, la perfección e inocencia de Su creación.
Jehová recompense tu obra, y tu remuneración sea cumplida de parte de Jehová Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte. Rut 2:12
“El guarda, guía, alimenta y reúne las ovejas de Su dehesa; cuyos oídos están acordes a Su llamado. En las palabras del bondadoso discípulo: ‘Mis ovejas oyen mi voz... y me siguen... nadie las arrebatará de mi mano’”.Escritos Misceláneos, pág. 150.