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Orar sin condenar

Del número de septiembre de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un Invierno hice un viaje bastante largo para visitar a mi prima en Polonia, en una ciudad industrial de minas de carbón. Era un lugar de mucho frío, y gris debido al hollín. La gente caminaba a los tropiezos por la calle, embriagada por el alcohol. En la estación del tren, una mujer se cayó al suelo, aparentemente drogada.

Me embargó una profunda tristeza. Al mismo tiempo, ansiaba ver y sentir el poder y la presencia de Dios. La Biblia nos promete: “Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí”. Salmo 139:11. Oraba constantemente para ver la luz.

Un día mi prima y yo acordamos encontrarnos por la noche en un bar muy popular cerca de su escuela. Faltaban varias horas para encontrarme con ella, y como no quería quedarme afuera en la calle, que estaba cubierta de hielo, me senté en el bar.

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