Recuerdo una vez en que, estando en agonía mental, recurrí a Dios con desesperación en busca de ayuda.
Necesitaba encontrar algo más sólido que la simple creencia, algo más que la mera fe. Necesitaba comprender que la vida jamás se pierde, que el bien continúa y que nunca dejamos de estar a salvo. Y tenía que entender esos hechos espirituales, porque estaba sufriendo tremendamente. La policía nos acababa de informar a mi esposo y a mí que nuestro hijo había muerto. Lo había atropellado un automóvil y el conductor se había dado a la fuga.
Una casa dividida no permanece
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