En 1996, fui contratado como custodia de un edificio en el que funcionaba un jardín de infantes. Cuando el encargado de la escuela me mostró el lugar, señaló una pared lateral, donde había seis ventanales muy grandes. Según me dijo, a pesar de que los vidrios eran de doble espesor, casi todas las semanas unos vándalos las rompían arrojándoles piedras de gran tamaño.
El encargado de la escuela me dijo que esos actos de vandalismo eran inevitables y que nada podía hacerse al respecto. Pero yo me negué a aceptar que la escuela estuviera obligada a soportar esos ataques.
El mismo día que asumí mis funciones, los vidrios de todas las ventanas aparecieron rotos, por lo que llamé a la policía, que tomó nota del hecho y lo comunicó a la compañía de seguros. Ésta, a su vez, hizo reemplazar los vidrios, tal como se hacía habitualmente. Ese día, le dije al encargado de la escuela que iba a orar para sanar la situación. Él me respondió que el problema tenía ya mucho tiempo y que no creía que la oración pudiera resolverlo.
Muchas veces en mi vida había tenido claras pruebas del poder de Dios para resolver problemas aparentemente insolubles, por lo tanto, no permití que la incredulidad de aquel hombre en el poder divino me desalentara.
Con la ayuda de las concordancias, busqué en la Biblia y en Ciencia y Salud pasajes relativos a la perfección del hombre. La siguiente frase de Ciencia y Salud atrajo mi atención: "Una idea espiritual no tiene ni un solo elemento de error, y esa verdad elimina debidamente todo lo que sea nocivo" (pág. 463). Pensé que puesto que la creación de Dios está compuesta de ideas espirituales que expresan buenas cualidades, los amados hijos e hijas de Dios sólo pueden hacer y expresar el bien. No tienen impulsos destructivos, sino que expresan el orden del Principio, Dios, que las ha creado. Me di cuenta de que conocer esos hechos espirituales es una fuerza poderosa para neutralizar el error de toda clase.
Durante las cuatro semanas siguientes, no hubo ningún acto de vandalismo. Cada vez que pensaba en el tema, afirmaba que los hijos de Dios son perfectos porque Dios es perfecto.
Una mañana, un señor que pasaba por la escuela me dijo que había un grupo de jóvenes de aspecto sospechoso detrás del edificio, justo frente a las ventanas y me sugirió que llamara a la policía, pero yo sabía que eso no me traería la solución definitiva. A través de la oración había llegado a sentir un gran amor por esos jóvenes, por lo que decidí seguir las instrucciones de Jesús: "...como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos" (Lucas 6:31). Puesto que quería que los demás me consideraran hijo de Dios y me trataran como tal, decidí hacer lo mismo con esos jóvenes. Afirmé que el Amor divino estaba presente allí mismo conmigo, y con ellos. No traté de averiguar quiénes ni cuántos eran, aunque podía oír sus voces y el ruido que hacían. Me mantuve tranquilo, terminé de hacer mi trabajo y me fui a mi casa.
Al día siguiente, había muchos desperdicios en el predio situado detrás de la escuela, pero las seis ventanas estaban intactas. Nunca más volvimos a tener problemas de vandalismo.
Leemos en la Biblia (Salmo 68:1, 2): "Levántese Dios, sean esparcidos sus enemigos... Como es lanzado el humo, los lanzarás". En este caso, el vandalismo se dispersó como el humo.
Zurich, Suiza