¿Has Estado alguna vez esperando escuchar algo que te interesaba en la radio o en la televisión, para luego, cuando ya está por terminar, darte cuenta de que te lo perdiste porque estabas pensando en otra cosa? Hace tiempo que trato de comparar esto con escuchar a Dios. He leído muchos artículos en esta revista y en otras, sobre gente que se ha despertado durante la noche con una gran necesidad de orar por algo en particular. Ellos escucharon, oraron, y después se enteraron de que sus oraciones habían ayudado a alguien. Muchas veces yo me preguntaba por qué esto nunca me había sucedido a mí.
Puede que yo haya estado tan ocupada en otras cosas, que esos llamados importantes me hayan parecido una interferencia, y los ignoré. Pero una noche, después de acostarme, no podía conciliar el sueño porque sentía temor de un robo. Al principio no le hice caso a esta intuición porque tenía muchas otras cosas en que pensar, y no tenía tiempo para ese miedo aparentemente infundado. Entonces, comprendí que la manera más eficaz de enfrentarlo era orar.
Pasé varias horas reconociendo muchas de las verdades que había aprendido con mi estudio de la Christian Science. Entre las ideas que me vinieron al pensamiento, estaban éstas: la creación de Dios es buena porque Él así la hizo, y esto nos incluye a todos, sin excepción. Todos tenemos la capacidad de escuchar a Dios. Todos Lo reflejamos, y por ende, sólo podemos hacer el bien. Nadie puede desear nada, sino lo que Dios le da, y podemos estar seguros de que Dios nos da todo lo que necesitemos a cada momento. Por lo tanto, no hay razón para que alguien tenga el deseo de robar o lastimar a otra persona.
La recomendación de la Biblia: "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan", Mateo 6:19. me recordó que ese tiempo que pasaba orando, sin importar adónde me llevara, me estaba elevando por encima de las preocupaciones terrenales, hacia las ideas celestiales. Me estaba ayudando a ver a todos como parte de la creación de Dios, no sólo a mis amigos y familiares, sino también a aquellos que en algún momento yo había considerado criminales.
Seguí orando, hasta que el temor se desvaneció, y me quedé tranquilamente dormida.
A la mañana siguiente, cuando llegué a mi oficina, me esperaba la llamada de mi esposo diciéndome que habían entrado ladrones en nuestra ferretería. Se habían llevado la caja fuerte, que contenía los recibos de la caja registradora de dos días y las cuentas por cobrar de casi cuatro semanas. El seguro que teníamos contratado sólo cubriría el dinero en efectivo que había sido robado.
Al principio me sentí muy molesta y preocupada. ¿Quién podría haber hecho algo así? ¿Cómo pagaríamos las facturas que estaban por llegar? Entonces recordé lo que había sucedido por la noche; yo había acallado mis pensamientos lo suficiente para escuchar a Dios. Sentí una enorme gratitud por haber estado preparada, y ya no me sentí molesta porque sabía con toda certeza, como nunca antes, que todo se resolvería satisfactoriamente.
Si bien me quedé en el trabajo, mi esposo me mantuvo al tanto de la situación todo el día. La policía no había encontrado la caja fuerte, aunque ya tenía varios sospechosos. Algunas personas dieron la descripción de alguien que habían visto cerca del edificio después de la hora de cierre. Al enterarse de lo ocurrido, algunas personas que tenían cuentas pendientes elevadas en nuestra tienda, ofrecieron pagar por anticipado y hacer una estimación de sus adeudos de las cuatro semanas anteriores. Yo continué sintiendo gratitud por cada manifestación de bondad y amabilidad.
La Biblia dice: "así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié". Isaías 55:11. Dios ya mandó Su palabra; yo la había escuchado y ahora podía esperar que las promesas de ese versículo se cumplieran con todo éxito y prosperidad.
Salí temprano del trabajo para ayudar en lo que se ofreciera en la ferretería. Cuando subí al coche, dije en voz alta: "Está bien, Padre, Tú nos has acompañado hasta ahora en esta situación, y sé que lo harás hasta el final. Toda la oración que hemos hecho mi familia, amigos y yo, da buenos resultados. No voy a imaginarme cómo debe terminar todo esto, sino que dejo todo en tus manos". De inmediato me vino este pensamiento: "Deja todo de lado y confía en Mí"; por lo que seguí mi camino sin preocuparme.
Muchas veces pensamos que debemos orar con insistencia hasta que vemos algún resultado específico. Cuando lo que nos impulsa a orar es nuestro sincero deseo de aprender más sobre nuestra relación con Dios, y amar más a nuestro prójimo, es bueno seguir orando. Pero si lo hacemos por temor a que no hayamos hecho lo suficiente, a que Dios no haya escuchado nuestras oraciones, o a que no hayamos orado correctamente, entonces debemos eliminar el temor y confiar en nuestra oración. Podemos dejar todo en Sus manos.
¿Cómo sabemos cuándo hacer esto? Me he dado cuenta de que es buena idea preguntarse si cada pensamiento que nos viene es lo que Dios conoce. Además, tenemos el derecho de saber que nuestras oraciones funcionan, y eso era justamente lo que necesitaba en ese momento, en lugar de continuar orando porque todavía estaba asustada. Una vez que eliminé el temor y dejé de anticipar lo que tenía que hacer yo, o de determinar lo que tenía que hacer Dios, todo comenzó a solucionarse.
Cuando llegué a la ferretería, mi esposo y su hermano salieron saltando de entre la maleza que está atrás de la tienda, gritándome que llamara a la policía porque habían encontrado la caja fuerte. Ellos habían estado conversando, más o menos al mismo tiempo que yo había estado orando en mi auto, cuando salí del trabajo, y habían llegado a la conclusión de que nadie podría haberse llevado la caja fuerte muy lejos; la policía había determinado que no había participado ningún vehículo. Así que mi esposo y su hermano decidieron buscar atrás de la tienda una vez más. La caja fuerte había sido abierta y habían tomado el dinero, pero el compartimiento interior, que contenía las cuentas por cobrar, estaba intacto. Derramé lágrimas de alegría y gratitud a Dios.
Aunque no hay fórmulas sobre cómo orar, de esta experiencia aprendí algunas cosas importantes: Es necesario acallar nuestro pensamiento lo suficiente como para poder escuchar a Dios. Probar los pensamientos para asegurarse de que provienen de Dios y que no están basados en el temor o en la voluntad humana. Insistir en nuestro derecho de saber que la oración es eficaz Y confiar en que Dios hará Su parte.