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La resurrección hoy en día

Del número de marzo de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En Mineápolis, EE.UU., nuestra corresponsal habló con una madre divorciada, un analista de sistemas, un ministro luterano y una enfermera. Sus comentarios y experiencias ilustran una especie de resurrección moderna: el triunfo sobre la adversidad.

Yo Creo que todos pasamos por períodos de crisis en la vida. Estamos aquí para aprender a enfrentarlas y superarlas.

Durante la época de mi divorcio, vivía en un apartamento con mi hijo de tres meses, que a menudo estaba enfermo y se despertaba exactamente cada tres horas, por lo que yo siempre estaba cansada. Además, no tenía dinero para pagar el alquiler, ni para gastos extra y nunca sabía cómo iba a hacer para comprar la próxima bolsa de pañales. Mi hijo siempre tenía puesto un abrigo color rosa, ya que no tenía otra cosa que ponerle.

Recuerdo que una vez tenía tanto miedo que, después de poner al bebé en la cama, me acurruqué y me puse a llorar. Después de llorar y llorar, me vino al pensamiento el siguiente mensaje: "Tienes que salir adelante por tus propios medios. Y para ello tienes que convertirte en un soldado y marchar".

Me levanté, me senté en la cama y de pronto sentí como que era una niña otra vez, sentada en la falda de alguien que me consolaba. Escuché con atención y me pareció que esa persona era como un padre para mí, aunque no era mi padre terrenal. Entonces, ¿quién era el que me estaba haciendo sentir así? De inmediato me di cuenta de que era Dios. Me embargó una paz que parecía decirme: "Todo va a estar bien. Yo estoy aquí para cuidarte". La seguridad que empecé a sentir era diferente a la que había experimentado antes. Todavía era pobre, estaba sin trabajo, era la madre divorciada de un bebé enfermizo, pero de alguna forma supe que iba a estar bien y que Dios cuidaría de nosotros. Esa convicción me dio paz y serenidad.

En esa época, a menudo me preguntaba: "¿Cuál es la salida?" o me decía: "Nunca voy a salir de esto". Estaba tan cansada de la vida, que hasta había pensado en suicidarme. Creo que el mensaje espiritual que escuché me salvó.

Recuerdo que había estado buscando trabajo desesperadamente. Como mi hijo se enfermaba con frecuencia, no podía dejarlo en una guardería (y tampoco deseaba hacerlo). De modo que para poder tenerlo conmigo, pensé emplearme en una casa de familia, pero en el periódico no encontraba avisos que ofrecieran esa clase de empleos. Por entonces había llegado al punto de tener que mudarme por no poder pagar el alquiler. Un día, sentada en la cama, llorando, escuché nuevamente la voz de Dios: "¡Muy bien, soldado! Átate las botas. Quizás seas pobre, pero tienes que tener tu casa en orden". Yo respondí: "¡De acuerdo!", y me puse a lavar los platos.

"¡Muy bien, soldado! Átate las botas. Quizás seas pobre...

Cuando la voz me dijo: "¿Has mirado en el diario los avisos de trabajo para cuidar niños?", pensé: "¿Cómo se me ocurre esto, si ya miré en el diario?" Al volver a escuchar la misma pregunta por segunda vez, pensé: "¿Otra vez la misma pregunta? Lo primero que hago por la mañana es mirar el diario". Más tarde, mientras estaba limpiando, se me presentó la misma pregunta por tercera vez. Entonces dije: "Está bien. Voy a mirar nuevamente esos avisos, así no escucho más este mensaje".

Abrí el diario y encontré uno que juraría que antes no estaba allí. Una madre sola, azafata, buscaba una persona que se quedara en su casa. La llamé, conversamos y acordamos que yo viviría en la parte de arriba de su casa dúplex. Ese día comencé a cuidar a su hija (que estaba por entonces en cuarto grado) y conservé ese empleo hasta que entró en la universidad. Durante esos años, se desarrolló entre nosotras una relación tan estrecha que ahora ella considera que tiene dos madres.

Así es que no sólo conseguimos un buen lugar para vivir, en una zona hermosa, sino que también obtuvimos los recursos financieros para vivir en ella. Y todo eso trabajando como niñera. Realmente, no podría haber pedido algo mejor para mí y para mi hijo.

...pero tu casa tiene que estar en orden". Yo respondí: "¡De acuerdo!"

A lo largo de mi vida, muchas veces he sentido el deseo o la necesidad de hacer algo o de alcanzar una meta, pero llegaba un punto en que perdía la esperanza. Como soy una persona muy optimista y positiva, siempre creía que con el tiempo aparecería la solución. Para ello trabajaba con el Espíritu Santo. Pensaba, por ejemplo: "Sé que va a haber una solución en beneficio de todos". Pero, cualquiera fuera el problema, la solución no aparecía, lo que hacía que finalmente me diera por vencido y me sintiera muy mal. Pero tan pronto me daba por vencido, al día siguiente, o a la semana siguiente, el problema se resolvía.

Recuerdo una vez que estaba buscando empleo durante una época de recesión. A pesar de que tenía muchas entrevistas y golpeaba muchas puertas, no encontraba el empleo para el que me consideraba preparado. Yo sabía que finalmente lo hallaría, pero mis finanzas y mi paciencia se estaban agotando. Un día me puse literalmente a llorar, a pesar de ser una persona optimista. Luego de ello, en tan sólo dos días recibí una propuesta en respuesta a una solicitud que había enviado meses atrás.

Creo que a veces soy capaz de hacer un gran esfuerzo, y el Espíritu desea hacerme saber que me es dada gracia y que los tiempos no los decido yo. Siempre debo saber que tendré lo que necesito y confiar absolutamente en que me será otorgado en el momento oportuno.

El Espíritu Santo es mucho más grande que yo, y me ha dado algo mejor de lo que yo podría haber imaginado. Me gustaría utilizar la palabra "ceder" para describir lo que ha sucedido. Sé que mi vida está en Sus manos, y que cuando digo: "Ya no puedo más, no hay nada más que pueda hacer para solucionar este problema", la solución llega.

Según yo lo entiendo, la resurrección se relaciona en parte con lo que Pablo dice en su Epístola a los Romanos: no hay nada que podamos enfrentar en esta vida que nos pueda separar del amor de Dios.

Si bien todos enfrentamos circunstancias en las que Dios parece estar ausente y en las que quizás nos sintamos desesperados, cuando nos aferramos a la esperanza y a la promesa del amor de Dios en Cristo, nuestras vidas pueden ser renovadas y sanadas una y otra vez. He experimentado esto en mi propia vida muchas veces. Aun en medio de la más difícil de las circunstancias, la promesa del amor de Dios nos trae curación. Si bien no puedo percibir con mis ojos la presencia de Dios, creo que siempre está presente, y nunca he sido defraudado.

Al recordar mis propias luchas, he llegado a comprender que el amor y la gracia de Dios siempre estuvieron presentes, aunque hubo épocas en las que yo no me daba cuenta de ello. Ahora entiendo que el problema era mi falta de percepción, no la ausencia de Dios. He probado esta verdad muchas veces, por lo que cada día tengo más confianza en el amor de Dios. La resurrección de Cristo Jesús puso de manifiesto todo esto. Me parece fascinante que nosotros hoy seamos invitados a participar de la resurrección.

Pablo dijo a la iglesia primitiva que cuando fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte y en su resurrección. La muerte y la resurrección van de la mano. Estoy unido a Dios cuando Él me envía los maravillosos regalos de Su gracia, pero de la misma forma estoy unido a Dios en momentos de pérdida y desesperación. Sea lo que sea lo que tenga que enfrentar en la vida, estoy unido al bautismo y la resurrección de Cristo Jesús, lo que sencillamente significa que permanezco asociado a Jesús en toda circunstancia. Juan 11:25, 26. No hay nada que pueda enfrentar en la vida que me pueda privar de esa esperanza y promesa.

Un 13 De Febrero, hace quince años, trece días después del nacimiento de mi hija, estuve al borde de la muerte. Entré en muy mal estado a la sala de operaciones y las cosas se complicaron porque estaba perdiendo tanta sangre, que casi me muero. Por ser enfermera, me daba cuenta de que mis colegas estaban trabajando con una prisa inusual. Dudaba que sobreviviera.

No lo puedo ver con mis ojos, pero sé que Dios está siempre presente.

Recuerdo que estando en la camilla, fuera de la sala de operaciones, lo último que escuché fue la voz del anestesista. Me acuerdo también de que comencé a decir el Padre Nuestro y cuando llegué a la parte que dice "Hágase tu voluntad", hice una especie de trato con Dios. Pensé: "No puedo creer que vayas a llevarme ahora. Tengo un bebé de 17 meses en casa y otro de 13 días. ¿Qué va a hacer mi esposo con los dos niños? Sencillamente, no puedo creer que me haya llegado la hora".

De repente, me inundó una paz que me hizo saber que todo iba a estar bien, y entonces supe que me iba a salvar.

Cuando me desperté, me miré al espejo. Me vi tan distinta que no me reconocí. Recuerdo que pensé: "Dios, gracias por salvarme. Debes tener un plan muy especial para mí y espero ser capaz de hacer algo muy especial por Ti".

Para mí la resurrección representa la continuidad de la vida. Si bien estuve casi muerta, voy a vivir, porque Jesús murió por mí, para que yo pueda habitar con Dios en el cielo. Siento que estuve allí y que he vuelto. Y puedo decirle a la gente, para que no tenga miedo a la muerte, que fue una experiencia increíble.

Después de arriesgarme a dar un sermón y contar esta experiencia en la iglesia, la gente se me acercó para decirme que creía lo que yo les había contado. Para quienes me conocían y confiaban en mí, resultó convincente haber escuchado esa historia de mis labios. Recuerdo el texto bíblico: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto..." (y yo estuve casi muerta) " ... vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente".1 Sé que esa promesa se ha cumplido en mí, porque siento como si me hubiera ido y hubiera vuelto. Creo que Dios me hizo vivir esta experiencia para que la pudiera compartir con otras personas.

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