En una época trabajé de payaso. También fui bailarina, y actué en teatros de variedades, music halls y circos. Mi madre adoptiva me había hecho seguir esta profesión porque pensaba que era lo mejor para mí. Ella no creía que yo fuera lo suficientemente inteligente como para seguir una carrera intelectual. No puedo decir que dicha actividad me gustara, primero, porque era muy tímida y temerosa y, segundo, porque tenía otro problema, era tartamuda. (Aunque por suerte no se me notaba al cantar.)
Mis padres adoptivos no eran muy religiosos y yo no sabía nada de Dios. Una vez, le pregunté a mi madre adoptiva:
— ¿Quién es ese Dios bondadoso del que habla la gente?
— Él es nuestro creador — me contestó.
— pero, ¿por qué lo llamamos bondadoso?
— Porque Él es el bien, sólo el bien.
Para mí fue una revelación y fuente de extraordinaria alegría pensar que existía algo fuera tan sólo bueno. Cuando le pregunté dónde estaba, me contestó: “Está en todas partes, pero no podemos verlo”. Debo de haber tenido cinco o seis años cuando ocurrió esto. Desde entonces me aferré al hecho de que siempre estaba con Dios, quien está en todos lados y es solamente bueno, aunque no pueda verlo.
Un día llegué a un club donde iba a actuar. Conocí a una pianista y a cuatro o cinco jóvenes que tocaban la trompeta, el saxofón y el bajo. No me gustó mucho ver una mujer en la orquesta porque no creía que las mujeres tuvieran buen sentido del ritmo. En mi acto, había partes en que tenía que bailar tap (zapateo americano), y los períodos en que la música se interrumpía brevemente tenían que ser de una duración exacta para que yo pudiera improvisar durante los mismos.
La pianista me pidió que le explicara en qué consistía mi acto. Me resultó difícil decírselo, pero lo entendió. Luego me dijo: “Dame el ritmo”. Lo hice y ella lo captó de inmediato. Con el piano solamente nos hubiera bastado. Quedé maravillada de cómo tocaba. Trabajamos juntas un mes en el club. Yo estaba asombrada de su destreza y también me sentía intrigada por ella. Era dinámica y expresaba mucha libertad. Sentía por ella una gran admiración.
Un día me invitó a tomar té. Yo tenía mucha dificultad para hablar, pero ella me pedía que repitiera las cosas con calma. Era Científica Cristiana. Yo jamás había oído hablar de la Christian Science. Creo que ella debe haber orado por mí, porque al cabo de unos meses me liberé de la tartamudez que me había hecho sufrir tanto. Me volví más segura y ya no sentía tanto temor y nerviosismo. Permanecí en contacto con la pianista que siempre había sido muy amable, y a través de ella obtuve el libro Ciencia y Salud. Me resultó muy difícil entenderlo porque no había ido a la escuela. No sabía el significado de muchas de las palabras que había en él. Pero esta persona me alentó a que continuara leyendo, estudiando y orando.
Después tuve una experiencia muy triste. Yo estaba comprometida con un hombre inteligente y maravilloso, aunque tan celoso que casi daba miedo, y que terminó destruyendo nuestra relación y por ende nuestro noviazgo.
Llegué sin un centavo a Francia, donde tenía un contrato de trabajo. Esto ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial y el público era en su mayoría norteamericano. En aquella época, la costumbre era que una persona trabajara tres días, al término de los cuales, el patrón podía decirle a uno simplemente que no era la persona adecuada y despedirlo sin paga alguna. Yo oré de este modo: “Padre, no entiendo por qué me suceden estas cosas. ¿Son todos los problemas por culpa mía? He luchado y trabajado duramente, ahora todo está en Tus manos. Son las dos de la mañana y me voy a dormir a mi pequeña habitación del hotel. Ahora, Tú hazte cargo de mí, porque yo no sé qué ha de ser de mi vida”. ¡Me sentí rodeada de una gran fortaleza y ternura!
Cuando llegué a mi habitación pensé en leer Ciencia y Salud, pero luego me dije: “¡Es tan difícil de entender!” Sin embargo, comencé a leerlo... ¡y a entender todo! Cuanto más leía, más fuerte y más liberada de cargas me sentía. Estaba libre y feliz.
La segunda noche conocí al gerente del club, quien me dijo: “Esta noche te pagaré por lo de ayer, y mañana te pagaré el doble. Mi secretaria renunció y no puedo hacer todo yo solo". Se lo agradecí.
Yo no había comido en 24 horas. Era extraordinario. A los norteamericanos les encantaba mi trabajo y pude pagar mis deudas. De allí en adelante, fue como si todas las piezas de un rompecabezas se hubieran puesto en su lugar. Entendí que yo era un ser completo, una hija de Dios.
Ya no tengo miedo a nada. Sólo espero cosas buenas y me llegan aun antes de haberlas pedido. Todo se ha vuelto fácil. Dios me ha dado un don espiritual extraordinario que puedo compartir con los demás.
Mi actuación mejoró. Confeccioné mis propios trajes, aunque nunca me habían enseñado a coser o diseñar. Incluso pude vender algunas prendas que yo misma había diseñado y confeccionado. Mi labor llegó a ser reconocida y en los programas me daban un lugar de preferencia. Había llegado a comprender que Dios es mi inteligencia y la inteligencia de todos.
Finalmente comprendí que tener al Amor divino significa tenerlo todo.