Una noche cuando llegué a mi casa hacía tanto calor que me senté en el porche. Los vecinos solían decir que la picadura de cierto tipo de ciempiés podía tener consecuencias fatales porque creían que el veneno era mortal. Mientras estaba sentado descubrí que había uno de esos ciempiés a mi lado. Con mucho temor traté de pisarlo para matarlo. En el tercer intento, me picó en uno de los dedos del pie. Entonces sí que tuve miedo.
Grité fuerte y un vecino corrió a ayudarme. Le pedí que matara al ciempiés. Entré en la casa, tomé la Biblia y Ciencia y Salud y comencé a estudiarlos. El dolor era terrible y también me sentía culpable por haberle pedido al vecino que matara la alimaña. Encontré este pasaje en Ciencia y Salud: “El Amor divino es infinito. Por lo tanto, todo lo que realmente existe, está en Dios, emana de Él y manifiesta Su amor” (pág. 340). Mientras pensaba en esta frase, me tranquilicé y mi temor comenzó a desaparecer. Me invadió un sentimiento de profunda compasión, de perdón y amor. El dolor disminuyó gradualmente.
Entendí que el Amor, o sea Dios, es infinito y se manifiesta a Sí mismo en todo ser viviente. Por lo tanto, otra criatura no podía hacerme daño. En el momento mismo que se produjo la picadura yo había estado bajo el cuidado de Dios, y aún lo estaba, ya que nada puede separarme del Amor.
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